All images are free of charge and the text is my own, translated in Deepl

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El invitado
Lencho se detuvo en aquel pueblo por simple casualidad: debía descansar antes de seguir el camino hacia las minas. Mientras descansaba miró aquella casa blanca que por su aspecto parecía haber pertenecido a una familia pudiente y aristócrata, pero también por su alto grado de deterioro, parecía estar abandonada.
_Tal vez los dueños se hayan ido hacia las minas y hayan dejado todas sus cosas guardadas allí -se ilusionaba Lecho, mirando de un lado a otro, esperando que nadie se diera cuenta de sus intereses:
_Tal vez pueda entrar y tomar los objetos de valor para luego venderlos -Lecho se relamía los bigotes imaginando la pequeña fortuna que podía encontrar dentro de aquellas destruidas paredes.
Para los habitantes de aquel pueblo, Lencho pasó desapercibido. Estaban acostumbrados a que miles de extraños pasaran por sus calles rumbo a las minas y que algunas de esas personas pernoctaran uno o dos días en habitaciones improvisadas y luego continuaran su camino.
Y era eso lo que había hecho Lencho: quedarse dos días, pero revisando los alrededores de la casa y perfeccionando su plan para desvalijarla:
_Cuando se hagan las 12 de la noche, entraré y tomaré las cosas de valor que hallan adentro.
Al segundo día y cuando se hicieron las 12, Lencho salió de entre los matorrales donde se había escondido y entró a la casa. Cómo lo había imaginado, la casa estaba sola y estaba llena de cosas de valor. En su afán de llevarse todo, Lencho comenzó por revisar la habitación de la planta superior. Mientras vaciaba los joyeros que estaban en la peinadora, escuchó un alboroto. Al principio creyó que era la parte de afuera de la casa, pero luego se dió cuenta que el ruido venía de la planta baja de la casa:
_No puede ser que los dueños hayan vuelto -exclamó Lencho sin creer en su mala suerte.
Así que pegó el oído a la puerta para escuchar mejor. Efectivamente, el ruido provenía de la casa y parecían ser los ruidos de una fiesta: la música estridente, la risa desproporcionada de la gente y el murmullo como si se tratara de una gran procesión de personas. Incrédulo, sin poder entender de dónde había salido tanta gente, abrió la puerta y decidió bajar.
Sus pasos eran lentos, pequeños. A pesar de la frescura de la noche, la frente de Lencho estaba empapada de sudor. Sus manos tocaban la rugosidad de las paredes y su pecho era una caja reproductora del eco de los latidos de su corazón. Lencho se detuvo cuando la música se detuvo y solo se escucharon las carcajadas de la gente, al mismo compás, en el mismo momento:
_Jajajajaja. -dejaron de reír y luego volvieron:
_Jajajajaja. Bienvenido a la fiesta -dijeron en voz alta y como si la gente fuera una brisa, Lencho sintió que un escalofrío le recorrió el cuerpo y le dejó todos los vellos como si fueran agujas pinchando su piel. El cuerpo de Lencho se paralizó y aunque hubiese querido moverse, sus piernas no le respondían. Fue entonces cuando escuchó mil voces en sus oídos, que decían como un coro:
Bienvenido, bienvenido–gritaban y arrastraban los pies haciendo un ruido de mil pasos en el piso sucio.
Lencho sacó la fuerza que solo da el miedo y bajó las escaleras corriendo dejando detrás de él el ruido de la gran celebración de sombras. Sin poder evitarlo, en la carrera, Lencho volteó el rostro y miró la casa: oscura y abandonada, como si adentro no hubiese nadie, como si no tuviera llena de ruidos y espíritus. Lencho se adentró en la sombra de la noche, con los ojos muy abiertos haciendo mil cruces en su rostro.