Estoy en un lugar muy pequeño, la luz se mantiene tenue durante todo el tiempo, apenas puedo sentir la diferencia entre la puesta del sol o la noche. El frío y el calor se hallan ausentes o tal vez soy yo que desde hace un tiempo perdí por completo la capacidad de sentir.

Mi habitación me deja ver la alegría que se respira afuera, gracias a sus ventanas, pero al mismo tiempo cuenta con barrotes, barrotes que no me dejan salir ni un solo instante. Barrotes tan fuertes que me permiten ver la libertad, pero solo eso, no hay forma de que un día pueda ser libre, al menos no por ahora.

Me resigno a la soledad de mi habitación, esa que muchas veces se transforma en una celda, una odiada y fea celda de prisión. Quisiera salir un instante, al menos, sentir la lluvia caer por mi piel, o disfrutar del sol en un día despejado, pero es tan inútil siquiera pensarlo. “Es mejor no hacerlo, es mejor no soñar con ello”, es lo que mi mente vez tras vez me dice y, a decir verdad, empiezo a creer que tiene razón.

Recuerdo esos días en los que la vida era mejor, en los que la libertad me permitía ir a cualquier lugar que quisiera, hablar con todos los que me encontraba en el camino y disfrutar de su compañía, pero eso ya está en el pasado, tan atrás que poco a poco olvido lo que se sentía, una emoción menos a mi vida que ahora solo está vacía, rodeada por 4 paredes y nada más.

Este es mi presente, 4 paredes oscuras, tan oscuras como la noche sin la luz de la luna, efímera, lúgubre, desalentadora y triste. Ningún adjetivo puede describir bien este lugar, pero esos sin duda se acercan bastante. Podría decir muchas cosas más sobre la que ahora es mi casa, pero solo lograría atormentarlos con mi padecer, y no quisiera que nadie más se sintiera así, así como yo.

Cuanto daría por volver un poco en el tiempo, por cambiar algunas decisiones y evitar encontrarme en este frío y abandonado lugar. Las aves ya no cantan al pasar, nunca lo hicieron, tal vez porque piensan que no habrá quien las escuche, o simplemente porque al mirar este sitio, las ganas de producir melodía escapan velozmente de su ser. Y no las culpo, la música que en un tiempo fue mi motivación, que sonaba con fuerza y emoción en mi vida, ahora se ha ido, y solo queda un pequeño murmullo que ni siquiera alcanzo a entender.

Y lo peor es que no estoy realmente encerrado, simplemente es mi mente que me hace creerlo, y es tan fuerte que afecta por completo todo mi ser. Pero sé que algún día escaparé de esta prisión, cambiaré su feo semblante por uno lleno de colores, dejaré atrás esta tristeza transformándola en la mayor felicidad que alguien pueda conseguir. Porque ahora más que nunca sé cuánto vale la libertad, preciada libertad.