Saludos cordiales a todos, les presento mi participación para Suspiria, concurso de literatura y arte de terror, horror y ficción sobrenatural. 4ta. edición (Artes): Vampiros.

Debo decir que estoy emocionado por esta edición, aunque me tomó mucho pensar mi propuesta, además de que han pasado cosas que me han limitado el tiempo, pero ya estoy aquí, llegué a tiempo para participar.

En este relato, les narro el encuentro de un chico que cayó presa de un embrujo de amor por parte de un extraño. Él le dejó un regalo que jamás olvidará y que llevará por el resto de la eternidad.

Espero que disfruten de esta historia romántica tanto como yo disfruté escribiéndola, sin más que agregar, les dejo el escrito aquí abajo para que también puedan leerlo. Les deseo mis mejores vibras y abrazos infernales.

Mi nombre es Ricardo, soy un trozo de carne que se enamoró. Amaba la justicia con toda la fibra de mi ser, me preparaba para convertirme en juez del estado, vivía en una zona muy acaudalada de la ciudad, ya que mi padrastro era un personaje muy importante dentro Palacio de Justicia. No salía mucho de mi habitación, me la pasaba encerrado entre lecturas y fotogramas hasta que el cansancio agotara mis ojos.

Una noche decidí salir para tomar aire fresco nocturno. Me senté en la banca de un parque atosigado por el sonido de los grillos, cerré los ojos un momento y dejé mi mente en blanco para drenar todo el abrumo. En ese momento, percibí un aroma extraño, era como una mezcla entre menta y flores. Abrí mis ojos lentamente y noté unas enormes botas frente a mí usadas por un hombre vestido de manera elegante.

Lo primero que noté fueron sus hermosos y penetrantes ojos color lila, su rostro era tan terso y pálido; parecía hecho de porcelana. Su cabello era rizado, muy largo, negro y brillante como una piedra de azabache. Su nariz era pequeña y respingona, y su mentón, era tan prominente y varonil. Tenía una presencia imponente que me fascinaba y me dejaba atrapado en las cárceles de su imagen.

Me sentía muy extraño frente a él, mis piernas temblaban y un cosquilleo imparable destartalaba el organismo de mi estómago. Sentí miedo al no recibir respuesta de mis sentidos, me quedé sin habla y terminé siendo una estatua frente a él. Vislumbré como su rostro se acercaba a mi oído para querer decirme algo. Sentí su aliento gélido y afrodisiaco sobre toda la extensión de mi cuello acompañado por palabras que decían: “No tengas miedo, ve a la habitación y deja la ventana abierta.”

Obedecí involuntariamente. No tenía control sobre mi cuerpo. Mi mente se hallaba consciente ante todo lo que pasaba. Me subí a mi habitación. Dejé la ventana abierta como él me lo pidió. Me recosté en la cama sin camisa e intenté recobrar la movilidad de mi cuerpo, pero fue imposible.

Después de unos minutos, él apareció, se deslizó por el marco de la ventana como niebla negra. Pude sentir el peso de su cuerpo sobre mí y repentinamente pude percibir su rostro. El color de sus ojos había cambiado a un tono rojizo como la sangre. Me miró por unos segundos y luego frotó su rostro con el mío. Su aroma era angelical, era como estar en un paraíso infernal. Percibí como mis defensas cedían ante tan hermoso y místico ser.

Se mordió la muñeca con fuerza hasta abrirse una herida; toda su boca estaba bañada de sangre. Se aproximó a mí acariciando mis labios lentamente con su dedo pulgar y luego súbitamente me dio un beso. Era tierno y acogedor, todo mi cuerpo se estremecía. Intenté gritar, resistirme, pero todo fue un vano. Terminé cediendo voluntariamente a los efectos de su embrujo y un aura de placer me arropó.

Quedé bañado del cuerpo de aquel hombre y su aroma a menta y flores quedó regado en toda mi piel. Después de terminar aquel acto sanguinario y pasional, se marchó transformado en bruma, despidiéndose con un último susurro: «Olimpo», ese era su nombre.

Desde entonces he implorado y rezado su nombre para volverlo a encontrar. Para mi alegría así fue, pero en una circunstancia trágica. Olimpo fue destruido por un despreciable cazador que mata a los de su gente. Mi corazón se partió en dos al contemplar aquella estaca que se clavó en el pecho de mi amor. No volví a verlo a los ojos y esa es la otra espina de mi martirio.

Olimpo me dejó con este obsequio que quería compartir con él. Ya no le rezaba al dios de los hombres, ahora la luna era mi diosa, mi reina, mi amante. Dejé de recorrer los senderos de la luz, ahora yacía taciturno entre los caminos de las tinieblas.

Mi nombre es Ricardo y fui una presa convertida en depredador, ahora siempre tengo hambre, pero mucha, mucha hambre.