La Serendipia del Desafortunado


Foto de Ryanwar Hanif en Unsplash

La libertad de amar no es menos sagrada que la libertad de pensar. Lo que hoy se llama adulterio, antaño se llamó herejía.

— Victor Hugo


No todos venimos a este mundo con buena suerte, aunque algunos vienen más privilegiados que otros, la suerte es algo relativo e independiente de cada quien. Yo no me siento abandonado por el destino, más bien siento que caí en un privilegio de buena acogida, pues me ha permitido saborear un placer que he postergado por años.

Nací invalidado de mis piernas, sin esperanzas de que algún día pueda sentir el suelo sobre mis pies. Mi familia era excelsamente millonaria con propiedades en la ciudad; lugar que jamás conocí pues fui confinado a vivir en la mansión del campo.

Solo conozco la grama, los jardines, el cielo de nubes blancas y los caminos pedregosos hechos de piedras calizas. Mi refugio desde pequeño siempre fue la biblioteca, desbordada de libros de dudosa antigüedad. Allí conocí mundos extraños, aventuras, realidades alternas, metáforas y finales extraordinarios.

A medida que fui creciendo, mi compresión lectora se alimentaba de aquellas piezas literarias extrañas, escritas por autores que nunca se han llegado a nombrar. Eran libros malditos, apócrifos, escatológicos, tempestuosos, no aptos para todo aquel que tenga una frágil sensibilidad. Para mí eran obras maestras incomprendidas y reprendidas por una sociedad conservadora que aún no vislumbraba la belleza de lo grotesco y el horror.

Al pasar los años, me volví un maestro lector de lo terrible, era para mí lo más grotesco lo que me identificaba y me vinculaba a un aire etéreo de placer. Mi familia nunca vino a visitarme durante aquellos años, siempre estuve bajo el cuidado y la tutela de los criados. Era por obviedad que al ser un invalido en medio de una familia fuerte, prestigiosa y orgullosa, iba a ser desdeñado hasta el día de mi muerte; dejándome como una víctima hacinada en una torre de lujos sombría.

No era algo que me afectaba, al contrario, toda mi vida ha sido llevada a cabo por esta realidad. Mi compañía eran los libros; los incomprendidos de letras indecibles, siniestras y esotéricas. Compartíamos la misma recepción de desprecio por parte del mundo. Éramos almas gemelas que nos complementábamos con eficacia y pudor, pero este enlace comenzó a ser interrumpido por un destello, que vino inesperadamente desde las inhóspitas tierras de un mundo feérico.

La señora Norris, quien se encargaba de cuidarme, había enfermado gravemente y en su lugar quedó un reemplazo; una chica de tiernos ojos azules como el cielo infinito, cabello plateado como el de la superficie de la luna y una voz tan suave y delicada como el sonido de la lira.

Al verla por primera vez, quedé atónito, aunque no sentía mis piernas puedo jurar que en ese instante me temblaban. Mis ojos se desorbitaron ante esa hada, musa, ninfa o ángel que cruzó la puerta de la biblioteca y me miró a los ojos. Su sonrisa despidió una onda de luz que repudió las sombras de aquel lúgubre espacio arcaico, estas se ocultaron entre las aberturas aterrorizadas por la hermosa lumbre que se aproximaba.

“Hola, Tristán, mi nombre es Nora, seré tu cuidadora a partir de ahora,” aseveró con aquella voz tan dulce como las fresas con crema en el verano.

Quedé boquiabierto, no sabía que responder. Ella se acercó a una distancia suficiente como para hacerme estremecer.

¿Qué está pasándome? ¿Por qué no puedo hablar? ¿Qué clase de hechizo aprisiona mi voz dentro de mi garganta? Pensé, mientras luchaba por emitir cualquier sonido.

“¡Mi nombre es Tristán!” Vociferé con voz trémula. Ella, primero sorprendida, liberó una leve risa después.

“Ya lo sé, acabo de decirlo,” dijo afablemente.

Me sonrojé de la pena, pero lo bueno era que ya podía volver a hablar.

“¡Dios mío, pero cuantos libros!” Exclamó ella con sorpresa. “¿Ya los leíste todos?”

Tragué una bocanada de saliva. “Casi todos, todavía me faltan los de aquella sección pequeña,” señalé con el dedo trémulo.

“Se ven tan antiguos e interesantes, deben ser muy buenos.”

“¿Te gusta leer, Nora?”

“¡Me fascina!” Replicó. “Me encantan las historias de terror y ciencia ficción. Mi autor favorito es Julio Verne, ¿lo has leído?”

“¡Por supuesto! Tengo toda la obra de Verne aquí. Puedo prestártela, si quieres,” le ofrecí con algo de timidez.

“Me encantaría,” respondió con voz tranquila.

No podía dejar de observarla, su presencia era como un faro que le daba más color al entorno. Ya no solo era una biblioteca de nombres raros y libros tupidos por la tenebrosidad, ahora era un espacio para la luz; impregnada de una hermosa naturaleza de paz.

Con el tiempo, comencé a amarla, y ella me otorgaba su afable calidez. ¡Oh, el destino es tan cruel! ¡Cómo quisiera que nunca la hubiera conocido! ¡El amor no es para los engendros como yo! ¡Aquellos que no son capaces ni de complacer a una mujer!

¡Horrible maldición me ha colocado la vida! Estas piernas que nunca reaccionarán a una noche carnal de pasión. Estaba tan conforme con mi vida antes de conocer a Nora, ahora estoy en un torbellino de sufrimiento y ansiedad. ¡Ay, Nora, como quisiera ser el hombre que te mereces! Con la actitud de un gallardo y la virilidad de un caballo joven.

Sin embargo, mis obstáculos personales no fueron rivales para el hechizo de amor que me dominaba, y le propuse matrimonio a Nora en secreto, cerca de un pequeño bosque al que nos gustaba mucho ir. Mi corazón se rebosó de alegría al recibir una respuesta afirmativa de su parte, y estaba dispuesto a enfrentar a quien sea para sellar mi pacto con Nora.

Pero luego, después de varias semanas de felicidad, las cosas se tornaron grises. Nora cayó en una terrible desgracia al ser afectada por la cólera. Su incapacidad no permitió que nos volviéramos a ver por buen tiempo. Mi preocupación y mi agonía se centraron en ella, y más aún, cuando escuché a algunos criados en el pasillo murmurando que ella había caído muerta por la enfermedad.

Devastado es poco para describir como me sentía en aquel momento. Volví a ensimismarme en la soledad arcaica de ese pequeño espacio lleno de libros. Ya no me complementaba la lectura o cualquier otra actividad que se le parezca. Ansiaba la inanición, el desvelo con una noche triste y brumosa, hasta despertar devorado por las impetuosas fauces de la melancolía.

Mi alma ya no pudo más, y deseó liberarse del dolor lacerante que carcomía este cuerpo. Tomé un abrecartas filoso y apunté directamente a mi cuello. Tenía miedo. Mis manos me temblaban, no sabía si podía ser capaz, pero ya no quería más este sufrimiento.

“¡Tristán!” Irrumpió una voz hermosa y llena de vida. La biblioteca se iluminó de nuevo. Las sombras se ocultaron en sus acostumbrados escondites. Un aura de placidez inundó la atmosfera y mi cuerpo se recuperaba rápidamente. Dejé caer el abrecartas al suelo y sonreí, al volver a ver el hermoso rostro de ella.

FIN




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2 comments
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Very beautiful your story and very well told, how Tristan was reciprocated and didn't end his life when he saw Nora.

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I'm glad you liked it, friend. Greetings and have a happy night.

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