El frío intenso susurraba cosas impensables sobre una verdad; una cuestión que deambulaba en mi cabeza mientras iba rumbo a mi búsqueda; quería más, más verdades, salir de esta incertidumbre que me agobiaba. No me importó cabalgar entre espesos bosques horribles bajo la noche, prefería la ignorancia a la prevención razonable. En un parpadeo, estaba de nuevo en aquella villa. El golpeteo de la cabalgata despertó a algunas personas; no le di importancia y seguí el mismo ritmo hasta que toqué la puerta del villano.

Lo miré a los ojos; abiertos hasta el límite con calma corrompida por una casualidad o magia que puede ser mi única posibilidad. Él se veía sereno, esbozó una leve sonrisa y a esas altas horas de la noche, aún seguía despierto. Me invitó a pasar sin decir palabra alguna y comenzó a prepararse un brebaje.

—¿Cómo lo supiste? ¿Quién eres tú? —Le pregunté al villano, sin salir de mi asombro mientras el fuego de la sala ardía más.

—Le dije que puedo ayudarlo a conseguir lo que quiere, señor. No digo las cosas por decirlas y cumplo perfectamente mis tratos.

—¿Eres un brujo? —Le pregunté súbitamente.

El anciano se echó a reír a carcajadas. Me hizo sentir que mi pregunta era irrelevante y además que risible. Sentí esa risotada como taladros en mi mente, mientras el fuego ardía más.

—Déjeme dejarle algo claro, señor, soy un simple vendedor, ¿y qué vendo?, los sueños de la gente. Está en mis manos cumplirlos para mis clientes, yo solo pido una cosa a cambio, no se preocupe, no es dinero, ni tierras, ni cualquier tipo de posesión, solo pido una cosa insignificante que prevalece eternamente: El alma.

—¿El alma dices? —Me sobresalté.

—Siempre la tendrá con usted en vida, pero en la muerte me pertenecerá. Tan solo disfrútela siendo rey. Sea un rey bueno o malo, eso no importa, lo que importa es tener todo ese poder en sus manos y la corona adornando su cabeza.

—¡No puedo creer lo que dices, villano!

—¿Sigue sin creerme, señor? Puedo demostrarlo con toda seguridad. Piense bien, ¿cómo un simple anciano pobre como yo, pudo saber sobre la muerte de Su Alteza? Es imposible, al menos, que garantice lo que hago.

—¿y que debería hacer para que hagamos el trato? —Pregunté todavía un poco aterrado.

—Tan solo debe firmar aquí y todo estará listo.

El anciano me mostró un libro viejo con un montón de firmas y nombres, todos escritos con diferentes letras, incluso algunos que jamás había escuchado en mi vida.

—¿Solo eso? ¿Solo tengo que firmar?

—Tan solo eso. Solo coloque su nombre aquí debajo y deje que el destino actúe a favor de usted.

Me otorgó una pluma mojada en tinta. Miraba la hoja del libro con bastante precisión, específicamente en el punto en que el hombre quería que firmara. Pensaba si todo aquello era real, luego comencé a calmarme un poco y llegué a la reflexión que no estaba perdiendo nada por firmar un simple papel.

—¿Todavía con dudas? —Me preguntó, yo solo lo miré fijamente por unos segundos y luego fijé mi vista en el libro.

—Para nada, aunque esto me ayude o no, no pierdo nada con escribir mi nombre aquí. —Y sin dudarlo más, firmé con mi nombre en el papel.

El fuego de la chimenea ardió con intensidad sobresaliendo de sus límites. El anciano esbozó una sonrisa aún más espeluznante de oreja a oreja. Pude notar que sus ojos adquirieron un tono escarlata; no sé si por la irradiación de la luz del fuego o simplemente fue mi imaginación. Me levanté de mi asiento y suspiré aterrado fuertemente. El entorno empezó a tranquilizarse hasta que finalmente todo volvió a la normalidad.

—Perfecto, señor —musitó el villano—, todo está listo. Vaya a su casa tranquilo, deje que las cosas pasen. En la última circunstancia de su vida nos volveremos a encontrar.

Me acompañó a la entrada y yo simplemente me marché. Cabalgué de retorno a casa y me recosté en mi cama, estaba muy cansado como para atender los asuntos de la corte sobre la sucesión. Dormí tranquilo como nunca; sin sueños ni pesadillas, hasta la mañana siguiente, donde el alboroto no ha cesado para nada. Desayuné y rápidamente me dirigí al Castillo Real a escuchar estos asuntos importantes.

Al llegar, todos los nobles de la corte me miraban fijamente, algunos de ellos me rindieron pleitesía como si ahora perteneciera a la monarquía. Algunos de ellos celebraron sobre mi ascenso, pues al parecer, en la reunión de la noche anterior, se fueron a elegir y me escogieron a mí como el nuevo monarca sucesor.

Se celebró el día de mi coronación con festividades que duraron días. Obtuve todo lo que siempre quise y reiné por veinte años consecutivos sin insurrecciones. Me alababan por ser el mejor Monarca que ha tenido el país, pero, las cosas no podían ser eternas. La muerte me buscaba y era el momento de dejar la corona a mi heredero.

En mi lecho de muerte, una voz musitaba mi nombre con intensidad. Al entreabrir los ojos, vi la imagen del anciano, quien se sentó a mi lado y puso su mano en mi pecho. En ese momento, me espanté, y recordé aquel trato que hice y todo lo que me ofreció.

—Ya es momento de cobrar, señor, espero que haya estado satisfecho por mi servicio, ahora es momento de partir.

Cerró mis ojos con la palma de su mano y allí todo se volvió oscuridad. Y sigo aquí, en un lugar donde no hay ni vida, ni muerte, ni cielo, ni infierno, solo hay «nada»; vacío etéreo y silencioso.