Árbol de manzanas | Parte I | La Visita [ESP - ENG]

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Nada es constante en este mundo sino la inconstancia.

— Jonathan Swift


LA VISITA

El día desfallecía, abandonando con su luz a las colinas. El frío se dispersaba apareciendo vestigios de su presencia. Sobre el camino pedregoso, hacia la distancia, se aproximaba un automóvil oscuro de marca irreconocible al principio. Mi padre y yo vislumbramos con ojos atentos la esperada llegada de un visitante.

Durante nuestra estadía en la casa de campo, jamás habíamos recibido a nadie; no es que viviéramos en completo aislamiento, sino que la ruta para atravesar la planicie era tan poco transitable, que las personas preferían rodear la montaña para poder llegar a la autopista. Mi padre observó súbitamente el reloj de su muñeca y colocó un gesto de sorpresa, sus ojos se desorbitaron levemente y luego miró al horizonte de nuevo en dirección al coche.

Coloqué una cara de duda, anhelaba preguntarle lo que pasaba, pero temía que eludiera mis incógnitas agregando cháchara irrelevante. Finalmente, el automóvil aparcó en frente de nuestro hogar; se trataba de un Mustang negro de esos viejos que en los años 70 fueron muy populares.

Una vez estacionado, se abrió la puerta del piloto, lo primero que vislumbré fue una corta y bien cuidada cabellera blanca. Un hombre, bien conservado a pesar de su sexagenaria edad, muy delgado y facciones severas, con labios que se ocultaban detrás de un bigote plutoniano y bien cortado. Llevaba un traje gris, muy costoso y elegante, y sus manos estaban cubiertas por guantes de cuero sintéticos que a la vista se veían muy finos.

El hombre hizo un gesto de saludo muy afable, mi padre le correspondió de la misma manera, dándome a entender que ambos se conocían. El duro rostro del desconocido se suavizó con risa cordial, y se fue acercando con celeridad a mi padre para darle un abrazo. Se saludaron y se dijeron cosas como dos buenos amigos, hasta que el hombre volteó y soltó un grito hacia auto.

—¡Ven, no seas grosero y saluda! —Dijo, mis ojos se empaparon de curiosidad.

La puerta del copiloto se abrió y de allí se asomó un hermoso rostro. Se trataba de un joven, con el cabello largo castaño, portaba una expresión seria que definía sus arrugadas y pobladas cejas, que indicaban una molestia por estar allí. Vestía con una chaqueta roja, con bolsillos en donde reposaban sus manos. Con una actitud pedante se acercó a nosotros, mientras el hombre, que resultó ser su padre, le extendió la mano para tenerlo junto a él.

El chico me miró de reojo, luego frunció el ceño y oteó inmediatamente hacia otro lado. «¿Quién se cree este?», pensé, después de analizar brevemente su actitud antipática. Observé su aspecto físico por un momento, tenía contextura gruesa; quizás practicaba algún deporte, su nariz era redonda y sus ojos color avellana que hacían muy buen juego con cejas pardas. No tenía otra cosa de especial, aparte de que era muy guapo, lo admito, pero con una actitud desagradable.

Mi padre repentinamente se colocó detrás de mí, y puso sus manos en mis hombros.

—Este es mi hijo, Sebastián— Me presentó ante el señor desconocido.

—Mucho gusto, Sebastián —dijo el señor—. Yo soy Mauricio Cárdenas, amigo de tu padre, por la sorpresa en tu rostro me imagino que no te dijo que vendría.

Mi padre hizo un gesto de pena golpeando levemente su frente con la palma de su mano. —Cierto, lo olvidé—, expresó, luego me miró a los ojos con una sonrisa retorcida. —Lo siento, Sebastián, Mauricio y su hijo se quedarán un tiempo con nosotros, los invité a pasar el verano.

Yo miré a mi padre con un poco de disgusto y asombro, luego fijé mi rostro hacia nuestros dos visitantes presentándome como se debe.

—Miguel, no seas grosero, preséntate ante nuestros anfitriones—. Dijo el señor Mauricio a su hijo.

El chico nos miró de reojo sin desintegrar aquella expresión de desagrado y liberó de su odiosa boca palabras casi inteligibles.

—Mucho gusto—, fue todo lo que dijo.

El señor Mauricio colocó una cara de enojo ante la actitud de su hijo, pero mi padre, para romper el momento incómodo, comenzó una conversación sobre nosotros.

—Me comentaste que Miguel también tiene diecisiete años, ¿verdad? — Preguntó mi padre.

—Sí, al igual que tu hijo —agregó el señor Mauricio. Ambos sonrieron como si esperaran que Miguel y yo nos fuésemos a convertir en grandes amigos.

Me rasqué la barbilla demostrando el mismo desagrado que ostentaba Miguel, mientras mi padre hacía un gesto para que todos entráramos a la casa. Al hacerlo, choqué hombro a hombro contra aquel chico, el me observó con una mirada de desprecio, como si aquel descuido lo hubiera hecho a propósito. Expresó con una mirada fulminante que tuviese cuidado, más no dijo nada, y solo se quedó un buen rato observándome.

Pasó de ser molesto a extraño, de alguna forma, como lapsus de tiempo repentino, nuestros ojos se conectaron por un instante. No sé cómo explicarlo, pero creo que todo fue culpa de la sorpresa y el silencio. Después de ese breve, pero significativo momento, entramos a la casa casi al unísono y no volvimos a dirigirnos la palabra hasta la cena.

CONTINUARÁ...


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Nothing is constant in this world but inconstancy.

— Jonathan Swift


THE VISIT

The day was fading, abandoning the hills with its light. The cold was dispersing, and traces of its presence were appearing. On the rocky road, in the distance, a dark car of an unrecognizable make was approaching. My father and I glimpsed with watchful eyes the expected arrival of a visitor.

During our stay at the farmhouse, we had never received anyone; it was not that we lived in complete isolation, but the road across the plain was so impassable that people preferred to go around the mountain to reach the highway. My father suddenly looked at the watch on his wrist and grimaced in surprise, his eyes bugged out slightly and then he looked at the horizon again in the direction of the car.

I put on a doubtful face, longing to ask him what was going on, but feared he would evade my questions by adding irrelevant chatter. Finally, the car parked in front of our home; it was one of those old black Mustangs that were very popular in the 1970s.

Once parked, the driver's door opened, the first thing I glimpsed was a short, well-groomed white hair. A man, well preserved despite his sexagenarian age, very thin and severe features, with lips that were hidden behind a plutonian and well cut mustache. He wore a gray suit, very expensive and elegant, and his hands were covered by synthetic leather gloves that to the eye looked very thin.

The man made a very affable gesture of greeting, my father reciprocated in kind, giving me to understand that the two knew each other. The stranger's hard face softened with cordial laughter, and he went over to my father with alacrity to give him a hug. They greeted each other and said things to each other like two good friends, until the man turned and shouted at me.

"Come on, don't be rude and say hello!" He said, my eyes were soaked with curiosity.

The passenger door opened and a beautiful face peeked out of it. It was a young man, with long brown hair, wearing a serious expression that defined his wrinkled and bushy eyebrows, which indicated a discomfort for being there. He was dressed in a red jacket, with pockets where his hands rested. With a pedantic attitude he approached us, while the man, who turned out to be his father, extended his hand to have him next to him.

The boy gave me a sidelong glance, then frowned and immediately glanced away. "Who does this one think he is," I thought, after briefly analyzing his unfriendly attitude. I observed his physical appearance for a moment, he had a thick build; perhaps he played some sport, his nose was round and his hazel eyes matched very well with brown eyebrows. There was nothing special about him other than that he was very handsome, I admit, but with an unpleasant attitude.

My father suddenly stood behind me, and put his hands on my shoulders.

"This is my son, Sebastian," he introduced me to the stranger.

"I am Mauricio Cárdenas, a friend of your father's, and from the surprise on your face I imagine he didn't tell you I was coming."

My father made a pitying gesture, lightly tapping his forehead with the palm of his hand. "Right, I forgot," he said, then looked me in the eyes with a twisted smile. "I'm sorry, Sebastian, Mauricio and his son will be staying with us for a while, I invited them to spend the summer."

I looked at my father with a bit of disgust and amazement, then fixed my face towards our two visitors introducing myself properly.

"Miguel, don't be rude, introduce yourself to our hosts." Said Mr. Mauricio to his son.

The boy looked at us out of the corner of his eye without disintegrating that expression of displeasure and released from his hateful mouth almost intelligible words.

"Nice to meet you", was all he said.

Mr. Mauricio made an angry face at his son's attitude, but my father, to break the awkward moment, started a conversation about us.

"You told me that Miguel is also seventeen years old, right?" My father asked.

"Yes, just like your son," added Mr. Mauricio. They both smiled as if they expected that Miguel and I were going to become great friends.

I scratched my chin, showing the same displeasure that Miguel displayed, as my father gestured for all of us to enter the house. As I did so, I bumped shoulder to shoulder against that boy, he looked at me with a look of contempt, as if that carelessness had been done on purpose. He expressed with a withering look that I should be careful, but he said nothing and just stood there watching me for a long time.

It went from annoying to strange, somehow, as a sudden lapse of time, our eyes connected for an instant. I don't know how to explain it, but I think it was all the fault of surprise and silence. After that brief but significant moment, we walked into the house almost in unison and didn't speak to each other again until dinner.

TO BE CONTINUED...


La foto de portada es de Thiago Barletta en Unplash y editada con Canva


Texto traducido con Deepl | Text translated with Deepl

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