Cerdos flacos. Suspenso-Terror
No sé si en realidad tenía miedo o si tenía miedo de que los demás huyeran de mí...
El salario apenas me alcanzaba para solventar las necesidades más importantes, ya saben, la comida, el agua potable y un lugar miserable para vivir. A la hora de la comida siempre era lo mismo, terminaba de comer mis alimentos pero siempre me quedaba con mucha hambre. Andaba por ahí buscando a ver quién me regalaba un taco o un poco de su comida. Ya se la sabían, me sacaban la vuelta en cuanto me veían. Recuerdo que las chicas se burlaban de mi dibujando cerdos flacos en el baño de hombres, ma acorralaban entre todas recordándome lo feo que era. Mientras tanto yo cada vez más flaco, más ojeroso y más cansado. Parecía como si hubiera envejecido como 20 años en los últimos seis meses. Al decir verdad no supe qué fue lo que pasó. De pronto todo el tiempo tenía hambre.
Esa mañana salí a caminar como de costumbre buscando botes de aluminio para comprar algo más de comer, realmente cansado y puedo decir que hasta algo aburrido escuchando las mismas conversaciones de siempre a mi espalda. Ya no me hacían el más mínimo daño, aunque tampoco me hacían gracia. En eso la chica que me gusta se acercó, recuerdo que me dio bastante pena me viera en estas condiciones, así es que me escondí en la biblioteca abandonada. Qué otro lugar más seguro habría por aquí sino una biblioteca llena de libros empolvados que ya nadie leía. Tomé el primer libro que vi sobre la mesa para disimular como que estaba leyendo por si acaso alguien llegara a entrar, debo decir que no puedo recordar de qué se trataba, parecía como si no pudiera retener nada de información. El hambre, el cansancio y el sueño pronto me vencieron, no serían ni las diez de la mañana y yo ya había encontrado un profundo sueño.
Cuando desperté ya era de noche, La preciosa luz de la luna alumbraba mi libro, las cortinas rotas se mecían enfurecidamente con el fuerte viento de una tormenta que no llegaba. Me sentía con nuevas fuerzas, mis sentidos estaban muy excitados, el aire entraba en mis pulmones a raudales y podía percibir el olor de la piel de las chicas que me acosaban a una distancia bastante considerable para ser cierto. Mi piel se erizó como si despidiera electricidad, mi estómago se comprimió y mis brazos, que antes eran endebles, ahora los sentía verdaderamente fuertes al igual que mis poderosas piernas listas para correr.
Entonces todo quedó claro para mí, ya era hora de cenar...
Historia corta y fotografía