«Mi bella Amy, como te quiero». La niña hablaba con mucho cariño a su bella muñeca.

Hacía seis meses la niña tenía a su bella Amy y eran muy buenas amigas, tanto que entre ellas dos se formó un vínculo tan fuerte que la niña hablaba con la muñeca como si fuera una persona.

«Sara, porque no has recogido este desorden, niñita malcriada, te daré unas buenas nalgadas y cuando tu padre llegue te acusaré». La madrastra amenazaba con una correa a la niña quien la miraba asustada.

«Ya voy a recoger todo, mamita. Es que...» La niña paraba de hablar de súbito.

«Cállate, mugrosa, y no me digas, mami y para que aprendas toma». La madrastra empezaba a pegarle a Sara.

El llanto no se hacía esperar, y la madrastra cansada salía de la habitación con un dejo de satisfacción. La niña se acostaba en la cama desconsolada y abrazaba fuertemente a su muñeca Amy.

«Amy, mi bella Amy, eres la única que me quiere, nunca me dejes». Las lágrimas caían presurosas por el rostro de la muñeca.

«No te preocupes, mi bella Sara, siempre estaré contigo», le hablaba la muñeca con ternura a su bella Sara.

«Mi bella, Amy, tú serás mi mamita, verdad», Sara abrazaba fuertemente a su muñeca.

«Así es, mi niña preciosa...». La muñeca callaba de repente.

«Sara, Sara, ven a comer», se oía una voz que venía desde la cocina.

La niña bajaba rápidamente por las escaleras con la ansiedad por llegar rápido al llamado de la mujer, que se oía molesta con un tono de voz agrio. Al llegar al comedor, la madrastra miraba con un odio intenso a Sara.

«Toma y come, termina todo sin dejar nada». La niña recibía un plato con un poco de arroz, pan duro y papas rancias.

Sara fijaba sus ojos color miel en el plato de comida deprimente. «Pero..., eso se ve horrible....», decía la niña con voz tímida.

«¿Qué fue lo que dijiste, niña mugrienta?». Los ojos de la madrastra parecían encenderse de irá. «Así pagas lo que hago por ti, te ganarás otra golpiza, niña malcriada».

La madrastra levantaba la mano y ese instante entraba el padre de Sara. «¿Qué está pasando aquí?».

El semblante de la mujer cambiaba drásticamente. «Nada, cariño. Solo le decía a la niña que vaya a tirar esa comida a la basura, ya tiene tiempo y sabe mal». Ella miraba a Sara intimidatoriamente para que apoyara su versión de los hechos.

La niña corría hacia el regazo de su padre con los ojos llorosos. «¿Qué pasa, nenita?», preguntaba el padre desconcertado.

Sara solo lloraba desconsolada y sin querer apartarse de su padre. El hombre miraba a la mujer y empezaron a discutir fuertemente, las palabras iban y venían sin parar, cada vez más subidas de volumen. El padre se serenaba y llevaba a la niña a su habitación para que evitara escuchar la pelea.

«Papi, no te vayas. Quédate conmigo esta noche». La niña suplicaba al padre con los ojos llorosos.

«No te preocupes, nenita». Voy a trabajar y mañana salimos de este lugar.

El padre daba un beso a la niña en la frente y salía de la habitación. La puerta se cerraba tras de él, haciendo un sonido chirriante. La habitación era bañada con una luz amarillenta y la niña se acostaba en la cama abrazando a su muñeca.

Desde la habitación, Sara escuchaba los gritos y después un portazo puso fin a la discusión, después de todo aquel alboroto la casa quedó en una relativa calma, una calma con mucha tensión. La niña seguía aferrada a su muñeca. «Tú nunca te irás, mi bella Amy».

«No, mi linda Sara, estaré aquí...»

La puerta se abría de súbito y la madrastra aparecía a contraluz. «Ya estás feliz, mugrosa. Tu padre me va a dejar». La mujer furiosa escupía saliva, como un perro rabioso. «Ahora tú debes pagar, malcriada».

La mujer mostraba un látigo y lo sacudía al movimiento tambaleante del brazo. Sara suplicaba por piedad, pero la madrastra no mostraba compasión alguna. La enajenada levantó el brazo para asestar el primer golpe del látigo, y Sara se esquivaba por muy poco.

El látigo quedaba enredado en una de las puntas de la cama, y Sara aprovechaba para salir corriendo de la habitación junto con su muñeca. La respiración de la niña se hacía más profusa, mientras escuchaba los gritos furiosos de la mujer. «¡Ven para acá! ¡Me las pagarás, mugrosa!».

La madrastra salía de la habitación con látigo en mano y empezaba a la buscar a la niña. Sara se había escondido en un armario del corredor de persianas americanas, por entre los espacios se miraba filtrar la luz del exterior. La niña temblaba con un miedo extremo, mientras sus ojos dilatados se fijaban en la puerta del armario.

La madrastra seguía gritando y sacudiendo el látigo, pasaba frente al armario, Sara contenía la respiración, la sombra se detenía en la puerta y luego seguía de largo. La niña soltaba un sollozo y luego un ruido se oía desde el interior del armario.

Sara se tapaba la boca y la madrastra abría la puerta de súbito. El rostro de la mujer infundía un miedo terrible, cuando iba a abrir la boca, Amy se abalanzaba sobre el rostro de la mujer, que gritaba de terror y empezó a correr torpemente con la muñeca prendida de su rostro. Llegó hasta las escaleras y cayó rodando hasta el primer piso quedando desnucada.

La muñeca volaba a un lado y el rostro de la mujer fijaba sus ojos sin vida sobre Amy. Sara salía del armario e iba a coger a su muñeca. «Ahora nadie te tocará, mi niña hermosa», Amy sonreía y sus ojos se fijaban en la niña.

«Te quiero mucho, mi Amy». Sara subía a su cuarto abrazando a su muñeca.

Al día siguiente, el padre llegaba y encontraba el cuerpo de la mujer. Se hizo un gran alboroto y después subió a la habitación de Sara quien yacía dormida. El padre suspiraba con algo de tranquilidad y cerraba la puerta. Sara y Amy sonreían de forma siniestra.

Les dejamos una historia inspirada en la iniciativa del pasado mes: "Las muñecas malditas" de nuestro querido grupo @zonadeescalofrio. Esperamos sea de su agrado.

¡Gracias por acompañarnos hasta aquí!

@rinconpoetico7

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