Era el final de la tarde y todos los estudiantes estábamos reunidos, todos teníamos grandes expectativas sobre nuestro futuro, sobre la carrera que íbamos a tomar en la universidad, y todos pensábamos en los grandes logros que tendríamos en nuestra vida. Éramos jóvenes, acabábamos de terminar la secundaria y sabíamos que teníamos un mundo abierto por delante.

Al hablar con amigos, todos planteaban lo que querían hacer. Algunos querían ser militares, otros doctores, abogados, contadores y casi todas las que salían en la conversación, eran carreras de competencia y de mucha importancia.

Sin embargo, en mi caso particular, yo no tenía idea de qué camino seguir, y no es que no tuviese intereses en la vida académica, al contrario, tenía demasiados intereses y quería saber sobre muchas cosas. Y además, en ese momento de la adolescencia, estaba en una búsqueda muy personal, que era la búsqueda de mi espiritualidad.

Una de las situaciones más interesantes que se me presentaba en ese momento, es que mi grupo de amigos más cercanos, estaban optando por carreras nada llamativas para el común de la gente, pero en realidad a mí me parecían bien interesantes. En el liceo, nos decían los cerebritos.

Recuerdo que nos miraron como si fuéramos unos extraterrestres cuando mencionamos las carreras que habíamos escogido estudiar, recuerdo que Sandra había decidido estudiar física, Roberto filosofía, Mariana y Humberto, se habían decidido por estudiar letras, mi novia del liceo, Carolina, quería estudiar psicología y yo estaba decidiendo si estudiar letras o historia.

Todos sabíamos, o creíamos saber, lo que queríamos hacer el resto de la vida. Por lo menos eso lo pensábamos en ese momento.

Al día siguiente de la tarde de graduación, nos reunimos en mi casa y, como grupo, comenzamos a hacer planes para el futuro, pero en medio de la conversación, un gran amigo y vecino que estaba compartiendo con nosotros ese día nos abrió los ojos.

Adrián, era un vecino y él era un Fraile Capuchino; era bastante joven, pero con una formación envidiable. Y en el medio de la conversación que teníamos, pidió permiso para intervenir y así lo hizo.

—Muchachos, me parece excelente la visión que tienen sobre su futuro, pero todos los planteamientos que está realizando, son solo promesas que se quedaran en el aíre, dado que en cada camino que ustedes escojan, se conseguirán una serie de situaciones, que les obligaran a tomar decisiones que se adecuen a su nueva realidad.
Por lo tanto, no deben hacerse promesas que tal vez no puedan cumplir. — Comentó Adrián.

—En realidad, no creo que lo que planteamos, sean promesas en el aíre, estamos hablando de mantener siempre nuestra amistad y estar unidos, como lo hemos hecho hasta ahora, y así debemos hacerlo hasta el final de nuestros días. — Comentó Sandra.

—Adrián, estoy muy claro en lo que planteas, es cierto, que va a ver cambios en nuestra vida a partir de ahora. Cada uno de nosotros escogió o escogerá un camino a seguir, pero eso no implica que perdamos la amistad. Ni tampoco que nos alejemos unos de otros. — Le dije.

—Muchachos, no me tomen el comentario a mal. Lo que quiero decir, es que cada camino que uno escoja seguir, nos llevará a una renuncia, y esa renuncia, puede que sea consciente, pero comúnmente, lo hacemos de manera inconsciente, debido a que el camino que escogemos seguir, nos lleva a nuevos lugares y nos da nuevas personas y experiencias en nuestra vida.

Y eso no significa que uno deje de querer a los amigos, sino que el mismo camino que escogemos, nos separa de ellos, y aunque estén en nuestra mente y nuestro corazón, no estarán ya junto a nosotros.

Se los explico rápido: si un muchacho se mete a militar, lo primero que debe hacer es dejar su casa e irse a la academia militar, y después de toda la carrera y el entrenamiento, al graduarse, irá a donde lo envíen. Es decir, para ser militar, tuvo que renunciar a su casa, dejó de vivir con su familia, dejó la libertad que tuvo antes de ingresar a la academia y dejó de lado su capacidad de decidir, debido a que no irá a donde quiera, ni hará lo que desee, sino al contrario, ya que después de graduarse, él deberá ir donde lo manden y cumplir la función que le asignen.

Lo mismo me pasó a mí al meterme a religioso, y en mi caso, la orden me envía a África en un par de meses y me aleja de mi familia y amigos. Pero igual pasa, si te casas y decides formar familia, o en una carrera, o en un deporte, siempre deberás renunciar a algo para lograr lo que deseas.

Para terminar, solo puedo decir que hay tres cosas seguras en este mundo, y diría que son las siguientes: 1) Todo seguimiento de un camino personal conlleva una renuncia, 2) Nada es permanente, todo cambia, 3) Lo más hermoso de la vida no es vivirla, sino saberla vivir. — Comentó Adrián ese día.

Finalmente, en nuestro grupo, cada quien siguió el camino que decidió vivir, y por supuesto, en nuestra experiencia de vida todo cambió, y algunos de los amigos nos separamos, pero otros nos mantuvimos en contacto hasta el día de hoy.

En mi caso particular, yo decidí, en esa época, no entrar a la universidad en un primer momento, sino que decidí hacer una experiencia como Misionero Seglar Capuchino, que fue una experiencia que me cambió la vida.

Y después de terminar esa experiencia, fue que decidí iniciar mi camino universitario, pero efectivamente me di cuenta de lo que decía Adrián, es una ley de vida, ya que aprendí y viví, que cada camino que uno sigue, conlleva a una renuncia, y a la vez nos lleva a una nueva aventura.

Gracias por leerme.