Al llegar, Emiliano no podía contener su emoción. Sus ojos brillaban al ver la variedad de sabores de helado. Kleiber y yo nos reímos al ver cómo Emiliano intentaba decidirse entre chocolate y fresa. Finalmente, optó por una combinación de ambos, y su sonrisa al primer bocado fue simplemente contagiosa.

Nos sentamos en una mesa cerca de la ventana, desde donde podíamos ver el parque. Mientras disfrutábamos de nuestros helados, Kleiber y yo conversamos sobre nuestros planes para el fin de semana, mientras Emiliano jugaba con su helado y un pequeñito carrito que traía con sigo.

Fue un momento sencillo pero lleno de alegría. Ver a Emiliano tan feliz y compartir ese tiempo con Kleiber me recordó lo importantes que son estos pequeños momentos en familia. Al final, nos fuimos con el corazón lleno y una promesa de volver pronto.