Then, without waiting for any order, they carried out what they had been forging for several months: to cross the forbidden threshold. In line went the mermaids, the minotaurs, the centaurs and the unicorns. Also the elves, the gnomes and all those creatures who held curiosity and rebellion in their hearts. Those who watched this act of contempt spoke in fear of losing their privileges:

"They will find nothing, and if they do find anything, they will never let them return!" -they whispered.

"And to think that they were the most beautiful creatures and could have everything!" -sighed others uncomprehendingly.

But the rebels moved on, facing the horizon, and as they drew nearer to the point, it was not sadness that could be seen, nor fear, but an unparalleled happiness, never seen before. Suddenly, those creatures became small, almost invisible, as they advanced and, before the eyes of the others, they disappeared as if a demolishing power had shattered them to dust.

They say that from that very moment, as if they had never been in the universe and as if oblivion had covered them, those incredible creatures ceased to exist. They also say that men have never been able to stop sighing when they see the horizon: that exact point where the sea kisses the sky.

All images are free of charge and the text is my own, translated in Deepl.

Thank you for reading and commenting. Until a future reading, friends

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El lugar donde se esconden algunas criaturas
Había cesado el diluvio y todas las criaturas que habían sobrevivido, intentaban retomar sus vidas. Como se les había ordenado, inmediatamente comenzaron a reproducirse por todo el universo: semillas de nuevos seres crecían por todas partes. Se hablaba de un mundo nuevo: con nuevos hombres, nuevos animales y plantas recién nacidas.
Como había ocurrido en el mundo antiguo, había una ley que debía ser cumplida y respetada por todos, porque de lo contrario, serían castigados con la peor de las deshonras: el olvido. La ley era no traspasar un umbral que se había construido solo para los dioses. En ese umbral, ubicado entre el mar y el cielo, se decía que los cuerpos podían generar una energía tan fuerte que podían construir lo inimaginable.
Muchas criaturas, cada tarde, se sentaban en la orilla del mar y miraban el horizonte imaginando lo que podía haber en aquella línea que unía mar y cielo:

_¡Imagino que la felicidad debe estar concentrada en ese punto! –decía el centauro melancólico alzando de manera briosa sus patas delanteras.
_¿Por qué crees eso? –preguntaban las sirenas remojando sus colas con las olas tan espumosas y frágiles que parecían encajes de algodón.
_Porque no hay nadie que mire el horizonte y no sienta paz, quietud, como si mirarlo pudiera tranquilizar todas las guerras que lleváramos por dentro. –decía el centauro mientras las sirenas asentían dando fe de aquellas palabras tan sabias.
Otras veces eran los unicornios, quienes tenían permitido hacer siestas sobre las nubes, los que señalaban hacia aquel punto tan incógnito y prohibido:
_¿Qué puede haber allí que tenemos el paso restringido? –preguntaban los unicornios de manera irreverente.
_No es justo que solo los dioses sepan los secretos que guarda cada rincón del mundo y que nos dejen en el más estúpido desconocimiento a nosotros lo que poblamos el universo –decían los cíclopes abriendo y cerrando aquel ojo frontal, vidrioso y acuoso.
A los oídos de los dioses llegó el interés que tenían ciertas criaturas de traspasar el umbral y saber qué se escondía en aquella línea divisoria. Conscientes de las consecuencias que habían producido el primer hombre y la primera mujer al desacatar las leyes del paraíso, los dioses acordaron poner, en letras grandes y en todos los idiomas, un cartel en pleno horizonte que decía: “No pasar: manténgase alejado”.
Contrario a lo que los dioses querían, aquel cartel hizo despertar más la curiosidad entre las criaturas:
_¿Pero por qué no podemos acercarnos? ¿Qué esconden allí los dioses que desean que no veamos? –gritaban los minotauros llenos de furia.
_¡Ya han manipulado suficientemente nuestras vidas como para que también nos digan por dónde debemos ver, entrar o estar! –esgrimían los gnomos resentidos por su estatura.

Aunque muchas criaturas prefirieron mantenerse al margen y guardar el debido respeto a las leyes, algunos seres asumieron una actitud de irreverencia que ofendía la autoridad de los dioses:
_¡Hermanos, debemos hacer valer nuestros derechos. Estamos seguros que ese espacio entre el cielo y la tierra que todos conocemos como horizonte guarda el secreto de la felicidad. No es justo que la felicidad esté frente a nosotros, al alcance de la mano y esté vedada para nosotros! -vociferaban los elfos muy seguros de lo que decían.
Entonces, sin esperar ninguna orden, llevaron a cabo lo que habían fraguado por varios meses: traspasar el umbral prohibido. En fila iban las sirenas, los minotauros, los centauros y los unicornios. También los elfos, los gnomos y todas aquellas criaturas que guardaban la curiosidad y la rebeldía en sus corazones. Los que miraban aquel acto de desacato, hablaban atemorizados de perder los privilegios:
_¡Son unos inconscientes! ¡No encontrarán nada y si encuentran algo, jamás dejarán que vuelvan! –decían susurrando.
_¡Y pensar que eran las criaturas más hermosas y que podían tenerlo todo! –suspiraban otros sin entender nada.
Pero los rebeldes siguieron avanzando, de frente al horizonte y a medida que se acercaban al punto, no era tristeza lo que se veía, tampoco miedo, sino una felicidad inigualable, jamás vista. De repente, aquellas criaturas se fueron haciendo pequeñas, casi invisibles, mientras avanzaban y frente a los ojos de los otros, desaparecieron como si un poder demoledor los hubiese hecho polvo.
Dicen que desde ese mismo instante, como si nunca hubiesen estado en el universo y como si el olvido las hubiese cubierto, dejaron de existir aquellas criaturas tan increíbles. También dicen que jamás los hombres han podido dejar de suspirar cuando ven el horizonte: ese punto exacto en el que el mar besa al cielo.