One day, I started hearing fly noises. Strangely, sometimes, in any place and for no apparent reason, I would start hearing fly noises. He would tell me that maybe it was the result of stress, tiredness, or sometimes, he would simply say to me:

"You're going crazy, stay calm! -minimizing my feelings and sensations, rather than placating or eliminating them, created in me a state of rage and discouragement. The anger was not only with him, but with me. I wondered why I had given him a second chance, why I had not had the courage to get him out of my life and why I accepted that he treated me like that. But as men are creatures of habit, I let the hours pass as if time had no value for me.

Then the noises of the flies were joined by the tingling sensation in my body: as if small animals were walking all over my skin. Insomnia, lack of appetite and a sadness with which I covered myself, day and night, trying to keep the cold and bitterness away, also began.

One day when I was scratching my skin as if I had a rash, I saw how my hands, my skin, were very bony. I saw myself in a mirror and it was as if a hurricane had passed over me. Then I realized the damage he was doing to me: the poison inside me was not killing him, it was killing me.

I clearly remember calling him to talk, telling him how bad I felt and although he asked me to think about it, I decided that the relationship could not continue: "A second chance had been a mistake". Not for him, who had tried to be better, but for me, who still did not forgive anything.

After that, I felt that a weight that was crushing me disappeared and I could walk upright, light, without so much anger. Then no more flies, no more shadows, no more itching in my body. Then, from that moment on, I began to walk calmly, without any hurry, the joy of loving oneself.

_{The text is of my authorship and translated in Deepl.}

UNTIL A FUTURE STORY, FRIENDS

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Moscas en la casa
Después del engaño, hubo una etapa en la que decidimos alejarnos. Intuimos que la distancia de los cuerpos, nos motivaría a construir un puente para poder encontrarnos.

_Si el amor sobrevive, volvemos –expresamos poniéndole una responsabilidad demasiado grande a un sentimiento que a todas luces existía, pero que tal vez no era suficiente para curar todo: era como si tomáramos sopa para curar una pulmonía.
Era verdad: necesitábamos sanar, olvidar, perdonar y para ello debíamos alejarnos, estar solos. Hasta los animales, buscan refugiarse, apartarse, para poder lamer sus heridas, dijimos y con ese lema dejamos de vernos.

Sin embargo, el corazón es terco, ciego, y los días están hechos de costumbres, rutinas, y tal vez por eso decidimos intentarlo una segunda vez:

_¡Dame otra oportunidad! Esta vez será mejor” -me dijo-. ¡Será distinto! –repetía él.
_Dale una oportunidad. Él ha cambiado, decían los otros abogando por el reinicio de la relación.
_¡Eso espero!, expresé no tan segura, dejándome llevar por el viento, por las circunstancias y sorda a mis instintos, a ese sexto sentido que grita cuando estamos a punto de cometer los mismos errores.

Que él intentó ser diferente, claro que sí intentó serlo. Fue el hombre que fue al comienzo de nuestra relación: atento, amoroso, simpático, genial. Pero, lamentablemente, yo también era diferente: la herida de la traición estaba abierta, fresca, y destilaba un veneno que solo aquel que ha sido traicionado sabe lo que arde, rompe, mata.

Me convertí en una sombra amargada que rumiaba por los rincones buscando pistas de una nueva traición. Más que en una detective, me convertí en una exorcista que veía fantasmas por todos lados. Si él llegaba tarde, demandante preguntaba:

_¿Dónde estabas? ¿Con quién?

Sus titubeos, su nerviosismo, su silencio, lo acusaban más que sus palabras.
_Estaba trabajando y luego pasé a hacer unas compras –afirmaba y aunque sus palabras hubiesen sido verdad, jamás volví a creerle. Como una pieza de cristal que después de romperse, aun pegando cada pieza, no vuelve a ser igual, así nuestra relación, así la confianza.

Un día, empecé a escuchar ruidos de moscas. De manera extraña, a veces, en cualquier lugar y sin aparentemente ningún motivo, comenzaba a escuchar ruidos de moscas. Él me decía que tal vez era producto del estrés, del cansancio, o a veces, simplemente me decía:

_¡Te estás volviendo loca! ¡Quédate tranquila! –minimizar mis sentimientos y mis sensaciones, más que aplacarlas o eliminarlas, creaban en mí un estado de rabia y desaliento. La rabia no solo era con él, sino conmigo. Me preguntaba por qué le había dado una segunda oportunidad, por qué no había tenido la valentía de sacarlo de mi vida y por qué aceptaba que me tratara así. Pero como los hombres son animales de costumbres, dejaba que pasaran las horas como si el tiempo no tuviera ningún valor para mí.

Entonces a los ruidos de las moscas, se unió la sensación de cosquilleo en el cuerpo: como si pequeños animales caminaran por toda mi piel. También comenzó el insomnio, la falta de apetito y una tristeza con la que me cubría, día y noche, intentado alejar el frío y la amargura.

Cierto día que me rascaba la piel como si tuviera una erupción, vi cómo mis manos, mi piel, estaban muy huesudas. Me vi en un espejo y fue como si un huracán hubiese pasado sobre mí. Entonces me di cuenta del daño que me estaba haciendo: el veneno que llevaba por dentro, no lo estaba matando a él, me estaba matando a mí.

Claramente recuerdo que lo llamé para hablar, que le expresé lo mal que me sentía y aunque él me pidió que lo pensara, decidí que aquella relación no podía continuar: “Una segunda oportunidad había sido un error”. No por él, que había intentado ser mejor, si no por mí, que aún no perdonaba nada.

Después de eso, sentí que un peso que me estaba aplastando, desapareció y pude caminar erguida, liviana, sin tanta rabia. Entonces ya no más moscas, ya no más sombras, ni picores en el cuerpo. Entonces, a partir de ese momento, comencé a transitar tranquila, sin apuros, la dicha de amarse uno mismo.