Vivimos una temporalidad abigarrada y convulsa, donde me impresiona, en ocasiones, el extravío de valores existenciales capitales y referentes culturales elementales. Esto hace que a menudo me interpele ante la sorprendente y multiversa realidad, esa que me intimida a pensar y repensar, vez tras vez, para soltar y dejar ir los epistemes habituales y favorecer en mi conciencia, los pensamientos que fundamentan el conocimiento en su transcompleja naturaleza. Procuro que sea desde el acercamiento y la aproximación, porque los fenómenos, en sus procesos, siempre serán inacabados y de perenne construcción, como lo enuncia la indagación epistémica desde la hermeneusis interpretativa. Intento transcomplejizar, transitando en las inmensidades de la Ciencia de la Vida, como una mirada entre muchas otras y con ello una invitación a la disertación.

La medicina, se ha configurado históricamente sobre la base de una epistemología con representaciones del cuerpo biológico, como su objeto específico de estudio. Su visión de la salud y la enfermedad se encuentra aferrada, a la constelación de elementos que conforman su soporte cognitivo y el fundamento último de su practicum. Se da coherencia a la observación y se dota de sentido a las prácticas profesionales como expresiones de un lenguaje cuantitativo concreto de fenómenos tangibles. En este sentido, las ciencias médicas se han erigido bajo las miradas mecánicas de la concepción filosófica positivista, privilegiando la descripción minuciosa, fragmentada y reducida, de relaciones lineales (causa – efecto), esta caracterización es dicción del modelo médico biologicista, centrado y condicionado, a la evidencia que representa la enfermedad. Ha sido desde esta configuración que se han diseñado las diversas acciones y estrategias.

Son espaciosos y dilatados los artículos que documentan el desarrollo alcanzado por las ciencias médicas en sus diferentes talantes, con especial referencia a lo conquistado en la investigación, educación, praxis profesional y en el control de numerosas enfermedades. Sin menospreciar la avalancha de progresos tecnológicos, representados por instrumentos, equipos, técnicas y medios, muchos de ellos con el propósito primordial de aumentar la precisión diagnóstica y terapéutica en las entidades nosológicas. No obstante, la excesiva medicalización e instrumentación, ha generado automatización y distanciamiento en detrimento de la relación médico-paciente; amenazando con destruir valores éticos y morales, pilares de nuestra profesión desde Hipócrates, germinando las quebraduras y boquetes de la deshumanización y cosificación de la salud. Lastimosamente, a pesar de la experiencia científica, de la profundidad y minuciosidad logradas en el campo del conocimiento, de los incalculables avances técnicos y tecnológicos producidos; las tendencias históricas y emergentes de las enfermedades no se han modificado significativamente hasta la fecha.

Frente a estos vacíos y limitaciones para interpretar y resolver los laberintos de muchos procesos de salud, nuevos enfoques irrumpen en el mundo de las ciencias médicas, donde los ideales de la racionalidad científica están en entredicho. Florecen así representaciones de sistemas abiertos, complejos y dinámicos, en constante permutación, con visiones ecológicas, sociales, humanistas y holísticas, apertrechados de validez y legitimidad, porque la salud como fenómeno social es compleja y multidimensional, por lo que reclama integralidad, con una cosmovisión transdisciplinaria donde concurran diferentes ciencias, en la comprensión ontológica de la persona y en derivación de su salud, convergiendo en la interconexión de la cientificidad epistémica, desde la diversidad.

Hasta otra ocasión, en la que seguiremos escudriñando y disertando sobre la salud en su transcompleja multidimensionalidad.