La Rosa de Auschwitz (Epílogo)
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Tras la guerra, se celebró en la ciudad alemana de Potsdam una conferencia en agosto de 1945, y en ella los aliados se repartieron el espacio geográfico del país derrotado, por lo tanto, Alemania quedó dividida en cuatro zonas de ocupación militar: Francia tomó el suroeste, Reino Unido se quedó con el noroeste, Estados Unidos ocupó el sur, y finalmente La Unión Soviética tomó el este.
También se acordó que Alemania debía ceder las provincias ubicadas al este de la línea Oder-Neisse (Prusia oriental, el este de Pomerania y Silesia) a Polonia como una especie de indemnización por los daños causados durante la invasión de 1939. Ya unos seis millones de los habitantes de esta zona habían huido durante el avance del Ejército Rojo, cerca de un millón murió y unos 3,6 millones fueron expulsados por los polacos, por lo tanto solo unos trecientos mil permanecieron en esa zona, y un millón tomó la nacionalidad polaca.
Por esta razón, Waldo Müller y su esposa decidieron establecerse en Polonia y continuar allí su vida.
Los Eisenberg y los Müller en cambio decidieron retornar a su país aunque quedaron estremecidos al ver el estado de sus respectivas casas, las dos habían perdido parte del techo y sufrieron derrumbamiento de paredes a causa de los bombardeos, en realidad todo Berlín estaba hecho ruinas, pero gracias al trabajo en equipo y a la organización, comenzaron a ayudarse los unos a los otros y lograron levantar tanto las casas como los negocios, aunque de estos últimos solo pudieron rescatar su antigua apariencia y no su prosperidad, ya que la situación económica del país no era muy buena pues a pesar de los esfuerzos de los ciudadanos, aún no había una reconstrucción oficial y en masa, por lo tanto muchos emigraron para buscar una vida mejor, los Eisenberg y los Müller entre ellos, que con dolor abandonaron Berlín una vez más y se dirigieron a Austria.
Las dos familias se establecieron en Viena y embarcaron juntos un negocio que incluyó un restaurante (el nuevo Ragweed) Ahora era más pequeño y menos frecuentado pero eso sí, sin esvásticas ni desagradables visitas, y junto a éste, la hermosa floristería Schöner Garten.
La gente decoraba las casas con arreglos florales para darles un ambiente más alegre y poder así olvidar el horror que habían vivido, también las obsequiaban como símbolo de paz y amistad (las blancas eran las favoritas).
Hanna y Benjamin decidieron casarse legalmente y volvieron a oficiar ambas ceremonias correspondientes a cada religión a la que pertenecían, posteriormente se mudaron a una casa cercana a los negocios familiares, junto a la de Noah y Judith. Joseph se fue a vivir con Franz y Angelika en un lindo apartamento encima de la floristería y el restaurante.
Al año siguiente, Benjamin y su esposa comprobaron que tendrían su primer hijo, una noticia que llenó de júbilo a todo el mundo y que se complementó un mes después cuando supieron que Judith y Noah también tendrían otro hijo. Los gemelos estaban maravillados con la noticia de que serían hermanos mayores y primos al mismo tiempo.
La noticia les cayó tan bien a todos que acabó con las pesadillas y gran parte de los traumas que quedaban.
Luego de meses de espera, Hanna y Benjamin tuvieron a su primogénito, un hermoso varón al que le dieron el significativo nombre judío de Jeziel (Dios reúne) y un mes después, Noah y Judith tuvieron a una preciosa nena a la que llamaron Deborah en honor a su abuela.
Dos años después, mientras Hanna atendía una de las mesas en el restaurante y Benjamin la floristería, la muchacha se sintió mareada, por lo que Franz decidió que ella debía irse a descansar a su casa.
—Será mejor que vayas allá, te noto pálida.
—Son ideas tuyas, papá.
Aun así, Hanna le hizo caso y Angelika, que en ese momento estaba cuidando del pequeño Jeziel en casa de Hana y Benjamin, decidió quedarse al ver el estado enfermo de su hija. Benjamin se preocupó al llegar, pero poco tiempo después descubrieron que solo se trataba de otro embarazo.
—No puedo creer lo feliz que me haces, Hanna —dijo su esposo con gran emoción mientras la estrechaba con alegría y ternura—. A éste tenemos que poner un nombre alemán, ¿eh?... ¿Qué tal el de tu abuelo?
—¡Espera! Es demasiado pronto, mi amor —respondió Hanna mientras le rodeaba el cuello con los brazos—. No sabemos si será una niña.
—De seguro tan hermosa como tú... ¡Oh Hanna, te amo tanto!
En respuesta, Hanna comenzó a llorar, lo que desconcertó a Benjamin.
—¿Qué sucede, cariño? ¿Dije algo que...?
—No mi amor... al contrario, no sabes decir sino cosas hermosas... no tienes idea de cuánto te amo, es solo que, por un momento imaginé que ese malvado de Schneider te hubiese...
—¡Shhh! No digas más —la hizo callar Benjamin colocándole un dedo sobre los labios—. Estamos juntos... estaré siempre a tu lado y eso no va a cambiar —concluyó besándola en los labios y posteriormente su mano, donde ella portaba un nuevo anillo con la misma inscripción hebrea (el otro se había perdido en la rabieta de Schneider).
Este bebé también fue un varón y decidieron llamarlo Christoph, y al año siguiente tuvieron a su última hija a quien llamaron Heidi.
Benjamin continuó escribiendo poemas y novelas que más tarde pudo publicar, pero primero se dedicó a relatar su experiencia y la de su familia mientras estuvieron en Auschwitz, lo hizo como una forma de dejar sentada las consecuencias de los horrores de la guerra y el odio, una forma de asegurarse de que las generaciones venideras no olvidaran jamás lo que sucedió.
Judith y Noah, los gemelos y su hermanita Deborah, viajaron un tiempo a Brasil para pasar una temporada con los abuelos maternos y después retornaron a Austria. Jared y Joshua terminaron la escuela y complementaron su educación entrando en una academia de baile y artes escénicas como tanto habían anhelado. A medida que pasaba el tiempo se volvieron muy populares, y finalmente en 1955 cuando cumplieron dieciocho años, decidieron viajar a los Estados Unidos para probar suerte como bailarines en Broadway, y ciertamente allí tuvieron un gran éxito.
Lamentablemente muchos en el mundo aun no estaban preparados para la tolerancia y el amor universal, por el contrario, seguían enfrascados en remarcar las diferencias y por esta razón, en 1961, poco tiempo después de que Los Eisenberg y los Müller retornaran a Alemania debido a que ya tenía aires de crecimiento, esta fue todavía más dividida, esta vez con una barrera tangible que la atravesó de largo a largo, una barrera a la que decidieron llamar El Muro de Berlín, porque incluso fragmentó la ciudad capital. A estas dos mitades se les asignaron nombres diferentes: La República Federal Alemana (RFA) y La República Democrática Alemana (RDA)
La fractura del país fue el resultado del conflicto político, económico, social e informativo que había entre La Unión Soviética y Los Estados Unidos, y que se conoció por el nombre de Guerra Fría, debido a que no había armas de fuego involucradas en esta ocasión.
El barrio de Charlottenburg donde estaba ubicado el antiguo Ragweed y la residencia de los Müller y los Eisenberg, quedó en la parte occidental capitalista, en el sector regido por los británicos.
—No es justo —se quejó Hanna llorando—. ¿Cómo puede ser posible que nos hagan esto? No podemos ir a visitar a los amigos que tenemos en el este.
—Razón tiene papá al decir que la guerra nunca tiene buenas consecuencias —dijo Benjamin.
—Me pregunto si Jared y Joshua podrán pasar cuando quieran venir al país —dijo Judith que había ido a visitarlos junto con Noah y su hija menor, Deborah.
—Supongo que sí, parece que la frontera solo afecta internamente o no lo sé... de todos modos estamos en el bloque occidental que se considera aliado de Usa, así que supongo que los dejarían entrar... ¡Dios, que locura! —dijo Noah.
—Sí, mejor pensemos en la visita de los primos Jared y Joshua —intervino Christoph (el segundo hijo de Hanna y Benjamin) de diez años, también para animar a su madre—. No puedo creer que ya hayan protagonizado su primera película.
—Siempre supe que esos dos llegarían lejos —dijo Noah con orgullo—. Apenas llegaron a Hollywood y se hicieron famosos.
Era cierto, Jared y Joshua lograron trasladarse de Broadway a Hollywood donde comenzaron con pequeños papeles en producciones independientes, pero debido a su talento en el baile y la actuación pronto se volvieron exitosos y fueron conocidos como Los gemelos con pies de oro, y fueron invitados a participar en grandes producciones junto a artistas de fama mundial.
Lamentablemente, la reunificación de Alemania no se dio enseguida, sino el 9 de noviembre de 1989 con la célebre caída del Muro de Berlín, luego de 28 años. Fue una noticia gloriosa porque puso fin a la guerra fría y dio comienzo a una nueva era, finalmente los alemanes recuperaban su país entero.
Franz, ya de noventa y tres años para ese entonces, observó con su familia la transmisión por tv, lamentablemente Angelika y Joseph no pudieron estar presentes porque habían muerto ya.
Jeziel, el primogénito de Ben y Hanna estaba en casa del abuelo son su esposa Erika y sus hijos Hags, de dieciocho años, Saulo de quince y Ancel de trece.
Christoph, el hijo del medio, célebre abogado, no podía faltar en la reunión familiar, así que estaba allí con su esposa Brenda y sus hijas: Anke, de doce y Agatha de diez.
Heidi, que había heredado la pasión por la jardinería de su padre y el amor por la cocina y la enseñanza de su madre, se encargaba de la Floristería pero también era profesora de historia en una prestigiosa universidad. Ella también estaba allí, acompañada de su esposo Albert Hoffman que era un profesor de química, y sus hijos Waldo, de quince años y Abigail de trece.
Noah y Judith se encontraban también allí con Deborah (su hija menor) su esposo, un británico llamado Harry Brown, y su hijo David de diez años.
Los gemelos Jared y Joshua llegarían al día siguiente con sus esposas californianas que además habían sido sus respectivas diseñadoras de vestuario al inicio de sus carreras.
Jared tenía con su esposa Valery un hijo de catorce años llamado Harold, que seguía sus pasos en la actuación, y Joshua junto con su esposa Hope, tenía una hija de quince años llamada Carol, y que se había vuelto una estupenda bailarina de ballet clásico.
Los años pasaron, llenos de dicha y felicidad para todos, para los Eisenberg y los Müller que se habían fusionado en una sola familia.
Viajaban a Polonia cada 27 de enero para conmemorar un año más de la liberación de Auschwitz, y así les mostraron a las generaciones que venían tras ellos lo que fue la guerra, el holocausto y las razones por las cuales no debían olvidar jamás lo que allí ocurrió.
Era extraño entrar a ese lugar sintiéndose libres, poder recorrer sus calles y cercas de púas sin la presión de ser azorados por los Kapos, o apuntados por las armas nazis. Ya no había gritos, ni disparos ni la pestilencia de la muerte, solo voces en distintos idiomas que lamentaban lo sucedido.
A través de los años tanto Hanna como Benjamin, Noah y Judith, dieron conferencias y brindaron entrevistas para todos los que quisieron saber lo que ocurrió en esos años, y muchas veces Hanna fue fotografiada junto al rosal de la casa del comandante en Auschwitz durante sus visitas, y felicitada por su labor altruista mientras estuvo en el campo, también recibió llamadas y cartas de muchas personas que le dijeron que con tan solo ver esas rosas se renovaban sus esperanzas.
Pero el tiempo pasaba, y con él Hanna perdió a su madre, a su suegro, a su padre y finalmente a Benjamin...
Mientras estaba aún vivo en su lecho, Hanna se recostó a su lado sin dejar de mirarlo, tomó su mano cálida y le susurró...
—Siempre a tu lado.
No se sentía tan nostálgica porque sabía que también a ella le quedaba poco en este mundo. Al escucharla, él esbozó una débil sonrisa y asintió.
—Siempre a tu lado, mi amada rubia —le respondió Ben con firmeza, a pesar de su debilidad física.
El anciano cerró los ojos por última vez para despertar en lo eterno mientras su esposa le seguía sosteniendo la mano. Murió con noventa y nueve años, rodeado de toda su familia, ésa que tanto lo amaba.
—Te amo, mi Ben —dijo Hanna con voz trémula antes de besar sus labios.
Luego de su partida ella decidió seguir enfocándose en la redacción de sus memorias con la ayuda de Alfred, su bisnieto (el hijo de su nieto Waldo Hoffman, el cardiólogo) lo hacía para ocupar el tiempo y hacer que este pasara deprisa, aun así, Alfred la sorprendía de vez en cuando con lágrimas en los ojos, sobre todo cuando evocaba el recuerdo de su amado Benjamin.
—¡Qué valientes fueron tú y el bisabuelo Ben! —le decía para animarla y ella le sonreía.
Hanna seguía activa, a pesar de sus 101 años, mayormente se movilizaba en silla de ruedas, pero de vez en cuando tomaba su bastón y ella misma se trasladaba por toda la casa, no dejaba de atender el rosal y cuando se sentía demasiado débil para hacerlo, le pedía a cualquiera que se encargara por ella.
Sin embargo, aquel 29 de enero de 2015, poco después de su llegada del tradicional viaje a Polonia donde asistió además a una conferencia de prensa a propósito de la publicación de sus memorias a la que decidieron llamar: La Rosa de Auschwitz, Hanna murió en Berlín junto a su familia y sus amadas rosas, las cuales su nieto Alfred había trasplantado desde el rosal del patio a una maceta para que ella las tuviera cerca de su cama.
Fue sepultada junto a su marido, y su tumba en la que colocaron una cruz como referencia a su fe, fue también adornada con rosas rojas que simbolizaban la belleza y fragilidad de su cuerpo, pero desde luego también le pusieron rocas según la costumbre judía, como símbolo de la fuerza y eternidad de su espíritu.
La Rosa de Auschwitz y su eterno amor judío se habían marchado de este mundo para vivir plenamente en uno donde no había odio ni maldad, ni injusticias, dejándonos como legado un mensaje de amor, por esta razón en cada una de sus tumbas dejaron escrita una frase extraída de uno de los libros de Benjamin.
Vive la vida a plenitud, pero vívela con justicia. Quién ama en cualquier sentido de la palabra ha conocido a Dios, no lastima, no juzga y no divide. Ama, ama y ama, solo a través del amor universal encontrarás el camino a la felicidad.
Benjamin Eisenberg
Fin
Nota de autora: Bueno amigos (as) hemos llegado al final de esta historia con la que quise dejar un claro mensaje de tolerancia, y tal como dijo Benjamin, también de amor. Es muy sencillo, solo debemos amar en cualquier sentido de la palabra, porque quien tiene amor en su corazón bien sea para Dios, para la familia, para la naturaleza, para la pareja, para la humanidad, para los animales, para el universo en general, crece espiritualmente y no le importan las diferencias, ama por el simple hecho de existir y se hace grande, por eso nunca siente envidia, ni odio, ni celos, ni rabia.
En un espíritu donde reina el amor existe Dios, porque Dios y el amor son una misma cosa.
Gracias por dedicar su valioso tiempo a la lectura de esta historia que nació en los tiempos de la cuarentena más radical en mi país (cuatro meses enteros sin salir de casa) en este tiempo me dediqué a buscar toda la información acerca de la guerra y el holocausto porque es un tema que siempre me ha llamado la atención. De esta forma vi decenas de películas, documentales, entrevistas a sobrevivientes y desde luego leí mucho.
Gracias por cada leída, por cada voto y por cada comentario que me dejan, es hermoso saber que alguien aprecia todo el esfuerzo y tiempo que se dedica en estas obras.
Un beso y un abrazo grande y no se olviden de amar.
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