[ENG-SPN] Memories of Aznaitín and the Sierra de Cazorla / Recuerdos del Aznaitín y la Sierra de Cazorla

Jaén is more than just haughty olive growers, always willing to let rebellion out of their souls, when it comes to letting the world know whose olive trees they really are, which make this generous Andalusian community a particularly prolific land in sowing and harvesting of that liquid gold, which is always oil. Jaén is also those mountains that spring from the very heart of the earth and whose peaks, perpetually covered by a veil of impenetrable mist, offer refuge and sanctuary to the last legendary beings, indolent custodians of the richest tradition of a country: their folklore. Folklore with which the grandparents continue to amaze their grandchildren, with oral and supernatural traditions that surpass the senses and preserve the illusion of wonder.

They are mountains, on the other hand, that rise and grow somewhat further, in the immeasurable mountain ranges of Cazorla, on whose vertiginous peaks, gossips say that are still heard, on full moon nights, the hurried footsteps of that tireless resident of Poza de la Sal and animal lover, Félix Rodríguez de la Fuente, who, emulating the mythical Diana, chased the last eagles and chamois, of a Hispanic fauna, in many cases, threatened by the serious danger of extinction. It is true, as the popular saying goes, that remembering is reliving and reliving, in some way, becomes an instant of eternity: just the time that is always granted to what has somehow made us happy.

Jaén es algo más que aceituneros altivos, siempre dispuestos a dejar salir de su alma la rebelión, a la hora de hacer saber al mundo de quién son, en realidad, esos olivos que hacen de esta generosa comunidad andaluza, una tierra especialmente prolífica en la siembra y recolección de ese oro líquido, que es siempre el aceite. Jaén es, además, esos montes que brotan del corazón mismo de la tierra y cuyas cimas, perpetuamente cubiertas por un velo de niebla impenetrable, ofrecen refugio y santuario a los últimos seres legendarios, custodios indolentes de lo más rico de la tradición de un país: su folklore. Folklore con el que los abuelos continúan asombrando a los nietos, con tradiciones orales y sobrenaturales, que sobrepasan los sentidos y conservan la ilusión en lo maravilloso.

Son unos montes, por otra parte, que se elevan y se engrandecen algo más allá, en las inconmensurables serranías de Cazorla, en cuyas vertiginosas cumbres, dicen las malas lenguas que todavía se escuchan, en las noches de luna llena, los pasos apresurados de aquél incombustible vecino de Poza de la Sal y amante de los animales, Félix Rodríguez de la Fuente, que emulando a la mítica Diana, perseguía en ellas a las últimas águilas y rebecos, de una fauna hispánica, en muchos casos, amenazada por el grave peligro de la extinción. Cierto es, como dice el refrán popular, que recordar es revivir y revivir, de alguna manera, se convierte en un instante de eternidad: justo el tiempo que siempre se concede a aquello que de alguna manera, nos ha hecho feliz.

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