La amabilidad es una cualidad que a menudo reservamos para los demás. Pero, ¿qué sucede cuando nos volvemos hacia nuestro interior? Ser amable con uno mismo podría sonar a un concepto abstracto para algunos, pero en esencia, es bastante simple. Significa tratarse a sí misma con compasión, entender nuestros propios límites y necesidades, y aceptarnos tal cual somos, con nuestras fortalezas y debilidades. Esta práctica no solo implica dejar de lado la autocrítica destructiva, sino también abrazar un diálogo interno positivo, permitirnos descansar, celebrar nuestros logros, y perdonarnos nuestros errores. Sin embargo, es crucial no caer en el extremo de la autoindulgencia o el narcisismo. Aquí es donde entra la historia de Narciso, un personaje de la mitología griega conocido por su belleza y por enamorarse perdidamente de su propio reflejo en el agua, hasta el punto de no poder despegarse de él y terminar teniendo un destino trágico. Este mito nos enseña la importancia de mantener un equilibrio, evitando caer en la trampa de la adoración desmedida hacia nosotros mismos y recordándonos la importancia de cultivar una perspectiva realista y humilde.

Personalmente, el concepto de ser amable conmigo misma era algo que nunca había considerado seriamente. Siempre había esperado amabilidad y comprensión de los demás, especialmente de mi familia. Creciendo, la idea de que mis padres debían ser amables y comprensivos conmigo parecía un hecho innegable, una expectativa no solo normal sino necesaria. Sin embargo, la realidad fue diferente. Los gestos de amabilidad y comprensión fueron escasos, y los momentos de apoyo y aliento, aún más. Esta ausencia de amabilidad en mi entorno más cercano me llevó a buscarla desesperadamente en el exterior, sin darme cuenta de que estaba descuidando la fuente más importante y accesible de compasión: yo misma.

Durante años, me encontré atrapada en un ciclo de buscar aprobación y afecto de aquellos a mi alrededor, creyendo que la validación externa podría compensar la falta de autoaceptación y amor propio. Sin embargo, este enfoque solo sirvió para profundizar mi insatisfacción y descontento. Fue solo cuando enfrenté una serie de desafíos personales y me vi obligada a reflexionar sobre mi bienestar emocional, que empecé a comprender el valor y la necesidad de ser amable conmigo misma.

El primer paso en mi viaje hacia el autocuidado fue reconocer y aceptar mis sentimientos y experiencias pasadas sin juicio. Esto no fue fácil; implicó enfrentar dolores antiguos y admitir que, en muchos aspectos, yo había sido mi crítica más dura. Aprender a perdonarme por mis errores y fallos, así como a celebrar mis éxitos, por pequeños que fueran, se convirtió en una parte esencial de mi proceso de sanación.

Con el tiempo, he descubierto que ser amable con uno mismo también significa establecer límites saludables, tanto con los demás como con una misma. Aprender a decir "no" a las demandas que me agotan emocional o físicamente, y "sí" a aquellas cosas que nutren mi alma y bienestar, ha sido liberador. He aprendido a priorizar mi salud mental y física, dedicando tiempo a actividades que me llenan de alegría y paz, como la meditación, la escritura, y pasar tiempo en la naturaleza.

Además, he encontrado que el autocuidado y la autocompasión son prácticas diarias, pequeños actos de bondad hacia una misma que pueden marcar una gran diferencia en cómo nos sentimos y cómo nos enfrentamos a los desafíos de la vida. Ya sea tomándome unos momentos para respirar profundamente cuando me siento abrumada, o tratándome con un gesto de bondad, como una taza de mi té favorito, estos actos me recuerdan que merezco amabilidad, especialmente de mí misma.