La luz dorada resplandecía alrededor de la boca de la falsa chimenea, un bonito adorno en la gran sala, y sin utilidad, cuyo único motivo era el de simular el ambiente de un tiempo pasado, reemplazado por la iluminación y la moderna calefacción eléctrica. Alicia y Marcos, aún con los juguetes en manos, sintieron la invitación a adentrarse en la chimenea, una por la cual, creían, había bajado Santa para dejarle los regalos.

—Alicia, ¿será que Santa olvidó algo, y está bajando por la chimenea?

—Asomémonos. —respondió con picardía la niña.

El brillo se volvió intenso, y unas luces envolventes cambiaban en una sucesión de colores que seguía el orden del arcoíris. De repente, estaban en otra sala, una inmensa y colmada de juguetes de distintos tamaños, que desaparecían y reaparecían antes sus ojos. El movimiento era frenético, hombrecillos de orejas puntiagudas y pintorescos trajes, cantaban y reían, mientras miraban una pantalla esferoidal que rotaba y cambiaba de oscuro a claro. Todos manipulaban una especie de tableta que titilaba al ritmo de la gran pantalla.

—Marcos, ¿dónde estamos?

—¡Creo que en el taller de Santa!

—¡Pero…! ¿No ha acabado la navidad?

—¡Sí! ¡No entiendo por qué aún siguen trabajando! Falta todo un año para la próxima navidad.

Caminaron en puntillas, furtivos, avanzando sin ser descubierto por los ocupados trabajadores. Marcos, aún perplejo, pensaba en Ignacio, el compañero de clase, quien le había dicho que Santa era una falsa, y que no existía.

—¡Tengo que tomar una fotografía! ¡Una muy buena para sacar de su error a Ignacio! —, murmuró casi inaudible.

—¿Qué dices Marcos?

Detrás de ellos, erguido, una criatura verdusca, los miraba. Sus ojos negros, como la noche, reflejaba honda amargura.

—¡Qué Santa es un fraude!

—¡Yo no dije eso! —, replicó Marcos.

Ambos niños voltearon en sincronía perfecta. No lo podían creer, el mismísimo Grinch los acechaba.

—¡Silencio, que nos descubren! —Contestó el Grinch llevándose el índice de la mano izquierda a la boca.

—¡Alertemos a Santa! —gritó Alicia.

Los hombrecillos puntiagudos dejaron de hacer lo que hacían, bueno, de ver y manipular las tabletas, mientras aparecían y desaparecían las cajas multicolores con juguetes y otros objetos de adultos en sus interiores.

—¡Calla niña, y escóndete! ¡Tú también! —ordenó el Grinch arrodillándose detrás de una media pared.

Por un instante, todo se congeló. Las cajas quedaron translúcidas y suspendidas. En la gran pantalla, los caracteres incesantes se detuvieron. Tres nombres se proyectaron al espacio en estridentes colores: Alicia, Marcos y el Grinch.

El niño envalentonado tomó por la mano a su hermana menor, y dijo fuerte y claro.

—¡No te escondas Alicia!

El Grinch gimió justo al revolcarse sobre sí mismo. El plan, que había elaborado con tanto detalle, había fracasado otra vez, al igual que los previos. Pero, era la primera vez, que unos niños intrusos lo entregaban a los sirvientes de Santa.

—Aquí, aquí, vengan antes de que se escape.

Uno de los hombrecitos, el que tenía la frente más arrugada, se les acercó.

—¿Quién se escapa?

—¡Quién más, el Grinch…!—Respondió enérgica Alicia.

—¿Dónde está?

—Allí, detrás de la media pared.

El nombre del Grinch desapareció en una explosión de colores del espacio, mientras los nombres de Alicia y Marcos resplandecían, tal como la luz al torno de la falsa chimenea, en un dorado intenso.

—¡Ahí no está el Grinch!

Los niños vieron, en su defecto, al hombre robusto de cabellera y barba blanquísima que encandilaba.

—¿Santa, eres tú?, ¿qué hiciste con el Grinch?

—¿Cuál Grinch? ¡Ah! ¡Se refieren al Grinch que a todos acecha! Bueno, este se esfumó justo cuando hicieron lo correcto.

—¡No entiendo, Santa! ¿Por qué nos has traído aquí?

—¡Recuerda, Marcos! ¿Cuál fue tu deseo para navidad?

—¡Descubrir la magia de la Navidad!

—Espero que te haya gustado tu regalo.

—¡Sí, pero todavía no lo entiendo!

—No se trata de entender. Se trata de sentir y obrar con amor, no solo en navidad. Aquí el tiempo no existe, siempre estamos ayudando a las personas de buena voluntad a cumplir sus sueños. A combatir a los Grinch del mundo que intentan malograr la fe de la gente en el prójimo. Incluso, ayudamos a los Grinch a salir de sus equivocaciones, claro, la decisión es de cada quien, nadie puede renunciar a la verdadera libertad.

—Santa, dime, y ya no te pregunto más, ¿por qué mi nombre y el de Alicia están flotando fuera de la pantalla?

—Ho, ho, ho. ¡Me gusta la teatralidad! Además, sus nombres son muy bonitos. Ya deben regresar, hay mucho por hacer.

—¿Cómo?

—¡Por donde más, a través de la chimenea! ¡Por cierto, tengan cuidado al bajar! Ho, ho, ho.

Alicia y Marcos, sin dejar de sonreír, caminaron por donde vinieron. La niña, en el trayecto, tomó un oso de felpa mientras veía que Santa le sonreía con las manos en la cintura. De repente, de nuevo las luces del arcoíris le envolvieron hasta dejarlos de espalda a la inútil pero portentosa chimenea.

—¡Santo cielo! Olvidé tomar las fotografías. Ahora, cómo podré desmentir a Ignacio, y que crea en Santa.

—Hermano, dale mi osito, de seguro, está impregnado de la magia de Santa, y así, deje de parecerse al Grinch.