Pantallazo Azul | Blue Screen (SPA-ENG)

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Las pantallas parpadeantes por una súbita estática mostraban el temido azul o pantalla de la muerte: «Fallo global del sistema...». La voz distorsionada del locutor, apenas audible por encima del silbido digital, me causó sobresalto. Sentí constricción al ver el panorama, el pandemónium inminente a punto de estallar. Era el inició de un desastre sobrevenido, ¿O anunciado por los medios en ambos extremos?

«¿Quién sobrevive y quién no?».

Murmuré la pregunta, mirando la imagen en desarrollo a través de las traslúcidas paredes cuando dos aviones colisionaban en la pista cómo a cámara lenta. Las grandes alas blancas surcadas por colores primarios blandiendo caían al suelo. Todos atónitos escuchamos los altavoces pidiendo calma, pero el caos invadió tras el miedo y la desesperación.

De repente, el locutor exclamó entre chirridos, en un desliz de angustia, el posible colapso de todo, de la falta de comunicación y de que se estaba atrapado. Yo era uno de ellos. Atrapado en esta ciudad olvidada de Dios, a un millón de kilómetros de casa.

¿Quién diría, que en uno de mis asiduos viajes de negocios, en busca de fama y fortuna, me pondría ante la fragilidad de la existencia? Recordé la tristeza disimulada de mi esposa en la puerta de la casa, asida a la delgada mano de mi pequeña.

Vi cómo alguien, vestido de autoridad y con el rostro sombrío, se esforzaba por comprender lo que había ocurrido. Miró impotente a la multitud presa del pánico congregado, en frente a las puertas selladas por la domótica de una instalación inteligente de última generación.

En el recinto resonaban los mismos susurros ansiosos ante los intentos de llamadas telefónicas frenéticas. «No hay señal... no puedo contactar con nadie... ¿qué pasa con mi familia?».

Las noticias eran inútiles. Internet no funcionaba, las torres de telefonía móvil estaban en silencio. Mi teléfono, un ladrillo inútil en la mano, se burlaba de mí con su pantalla muerta. Tenía que volver a casa. Mañana era el cumpleaños de mi hija.

La voz del locutor detrás del ingeniero, por fin se abrió paso a través de la estática gracias a un megáfono de emergencia: «...los expertos creen que puede ser una llamarada solar... perturbando los satélites. Tengan calma, pronto volverá la normalidad...».

Mi corazón se hundió aún más. A un millón de kilómetros de distancia, la noticia del fallo del sistema se extendió como la pólvora. La gente estaba frenética.

«¿Una conspiración? No, eso no tiene sentido», pensé, mirando a los ojos desorbitados de quienes estaban a mi lado. «Todo tiene que ver con la tecnología... ¿y quién necesita que sea una conspiración?».

Mientras tanto, el caos también se extendía en las ciudades de todo el mundo: atascos kilométricos, aviones en tierra, redes de comunicación caídas. El mundo se paralizaba de manera abrupta por fallos en lo eléctrico y lo digital.

En la medida que transcurría los minutos en mi reloj de pulso, regalo de mi padre y de una época mecánica, comprendía la expresión de la gente que me rodeaba. Su frustración y ansiedad reflejaban las mías. El porqué de sus preocupaciones estaban más que justificados. Ya no se trataba solo de escenarios ficticios, de distopías narrativas o cinéfilas. O que si llegaría tarde, sino de no saber si volvería a ver a mi hija y a mi amada esposa, o cuándo.

Los informativos se desdibujaron mientras escuchaba la radio de uno de mis compañeros, una persona mayor, quien relucía con una tecnología desechada por las masas: «...los expertos están desconcertados... no hay una causa clara...».

Mis ojos se desviaron hacia el reloj de pared: inerte por ser digital. El sol se ponía, proyectando largas sombras sobre los rostros ansiosos. Mi corazón latía con fuerza acompasada con los de miles, en una misma tribulación.

¿Podría ser ahora? ¿Podría ser este el día en que descubriéramos qué ocurre cuando el mundo pierde su conexión con el futuro?

Volví a mirar al ingeniero, cuyo rostro denotaba ahora una profunda tristeza al hablar de la incertidumbre de la situación. Tenía razón en estar triste. ¡Quién no lo estaría? Todos estábamos atrapados en este lío por muy listos que creyésemos ser.

Mi reloj marcó las siete. Siete veces el mundo se había sumido en el caos por el apagón. Siete veces me había perdido de ver a mi hija soplar las velas de su cumpleaños.

Volví a mirar a lo lejos, en donde se cree que está la sala de control: «...los expertos están trabajando en una solución... pero...».

¿Pero qué? Las noticias de la radio se cortaron. Mi teléfono era inútil. Las pistas del aeropuerto estaban desiertas tras la evacuación improvisada de los aviones colisionados.

El mundo había dejado de esperar respuestas, se entraba de nuevo a una oscuridad casi olvidada, y que volvía con fuerza con la pantalla azul.

Fin


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Un microrrelato original de @janaveda

Imagen de suethomas en Pixabay editado con Mac Keytone


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The screens flickering from sudden static displayed the dreaded blue screen of death: “Global system failure...”. The distorted voice of the announcer, barely audible above the digital hissing, startled me. I felt constriction as I saw the panorama, the impending pandemonium about to explode. Was it the onset of a disaster supervening, or announced by the media at both ends?

“Who survives and who doesn't?”.

I mumbled the question, watching the developing image through the translucent walls as two planes collided on the runway as if in slow motion. The large white wings furrowed with primary colors flapping fell to the ground. We were stunned as we listened to the loudspeakers calling for calm, but chaos ensued in fear and despair.

Suddenly, the announcer exclaimed between screeches, in a slip of anguish, the possible collapse of everything, the lack of communication, and that he was trapped. I was one of them. I was trapped in this godforsaken city, a million miles from home.

Who knew, on one of my diligent business trips, in search of fame and fortune, I would be put in front of the fragility of existence? I recalled my wife's concealed sadness at the door of the house, clutching the slender hand of my little girl.

I watched as someone, dressed in authority and with a somber face, struggled to understand what had happened. He looked helplessly at the panic-stricken crowd gathered in front of the doors sealed by the domotics of a state-of-the-art intelligent installation.

The same anxious whispers echoed around the compound in the face of frantic phone call attempts. “No signal...I can't reach anyone..... what about my family?”

The news was useless. The Internet was down, the cell towers were silent. My phone, a useless brick in my hand, taunted me with its dead screen. I had to get home. Tomorrow was my daughter's birthday.

The voice of the announcer behind the engineer finally broke through the static thanks to an emergency megaphone: “...experts believe it may be a solar flare...disturbing the satellites. Stay calm, normalcy will soon return...”.

My heart sank even more. A million miles away, news of the system failure spread like wildfire. People were frantic.

“A conspiracy? No, that doesn't make sense,” I thought, looking into the wild eyes of those standing next to me. “It's all to do with technology? And who needs it to be a conspiracy?”.

Meanwhile, chaos was also spreading in cities around the world: traffic jams for miles, planes grounded, communication networks down. The world was abruptly paralyzed by electrical and digital failures.

As the minutes ticked by on my wristwatch, a gift from my father, from a mechanical era, I understood the expressions of the people around me. Their frustration and anxiety mirrored my own. The reasons for their concerns were more than justified. It was no longer just about fictional scenarios, narrative, or cinematic dystopias. Or whether I would be late, but about not knowing if or when I would see my daughter and beloved wife again.

The news blurred as I listened to the radio of one of my companions, an older person, who gleamed with a technology discarded by the masses: “...experts are baffled...there is no clear cause...”.

My eyes strayed to the wall clock: inert because it was digital. The sun was setting, casting long shadows on anxious faces. My heart was pounding in rhythm with those of thousands, in the same tribulation.

Could this be now, could this be the day we discover what happens when the world loses its connection to the future?

I looked again at the engineer, whose face now denoted a deep sadness as he spoke of the uncertainty of the situation. He was right to be sad - who wouldn't be? We were all caught in this mess no matter how smart we thought we were.

My watch struck seven. Seven times the world had been thrown into chaos by the blackout. Seven times I had missed seeing my daughter blow out her birthday candles.

I looked away again, to where the control room is believed to be: “...experts are working on a solution... but...”.

But what? The radio news cut out. My phone was useless. The airport runways were deserted after the impromptu evacuation of the crashed planes.

The world had stopped waiting for answers, it was entering again into an almost forgotten darkness, which was coming back with force with the blue screen.

The end


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An original drabble by @janaveda in Spanish and translated to English with www.deepl.com (free version)

Image by suethomas on Pixabay edited with Mac Keytone


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Un relato interesante que en algún momento podría suceder en el mundo con tanta tecnología que debido al dominio de los países querer ser las potencias, puedan destruir el planeta, saludos amigo.

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Hola, mi amigo @cetb2008

Bueno, ya ha sucedido... claro, no en la magnitud que explora el relato. Como ficción toma elementos de la realidad. Ayer la noticia tecnológica, fue la caída de Windows y sus efectos en las empresas conectadas a la nube. Por ejemplo, los portales españoles comentaban del retraso en los vuelos y como los check-in tenían que ser manuales. La causa: una actualización de seguridad de una empresa de tercero sobre el software de Microsoft. Así que, un escenario como el que muestro en el relato hasta a la vuelta de la esquina.

Saludos y feliz fin de semana.

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¿Sucederá? No fue el XY del 2000, no fue el antivirus vulnerado, ni la tormenta solar. Pero será y el reloj de cuerda, el radio de galena, y hasta la tabla de multiplicar mostrarán superioridad.
Cuanto afán en cumplir apocalípticos finales.
Dice el refrán; tanto va el cántaro al agua, que se rompe.

Que bueno que no nos afectó al común de los mortales. Feliz fin de semana @janaveda

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Claro, acaba de suceder en nuestras narices, pero en menor intensidad... ¡Gracias a Dios! Ya te habrás enterado mi querido Félix. Bueno, del afán por los finales apocalípticos, creo que en más bien una programación predictiva. Apocalipsis significa revelación. Así que, no ha de sorprendernos que vayamos hacia allá, como buenas ovejas.

Feliz fin de semana, y muchos abrazos y buenos deseos para los tuyos.

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Afortunadamente, el pantallazo azul no afecto a la mayoría de los mortales.
Lo mejor de la Revelación es el final. Principio del nuevo mundo, donde las buenas ovejas estén al cuidado del Buen Pastor.
Aquí lloviendo, reunidos en familia esperando que escanpe para pasear o quedarnos y hacer antidieta.

Un abrazo especial en el día de amigo. Salud, paz y bienestar a los tuyos.

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Muchas gracias en contar con su soporte. Se siente genial.

Saludos.

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