En ocasiones, sentí peligrar la misión, cuando más de uno pidió tomarse fotografías con nosotros, según el traductor universal. Por fortuna, tanto el condicionamiento como el conocimiento de las fuentes recabadas de sus costumbres, hizo que asintiéramos con la cabeza. Un momento en que los sensores de los trajes cartografiaban el aura de las emociones, mientras ellos inocentes adoptaban sus poses. Por un momento, me cuestioné el violar su privacidad más allá de lo ellos podrían entender, el registro nos delataba lo que algunos eran capaz de hacer, detrás de una apariencia inofensiva.

En la otra acera, uno de ellos emanaba un aura radiante, pero su aspecto desdeñoso indicaba una situación dura. No obstante, sonreía a quienes pasaba a su lado, mientras le extendía su mano. La mayoría, lo ignoraba, e incluso, algunas, con trajes ajustados y peinados extravagantes, lo miraban con desprecio, como si se tratase de alguien con una enfermedad contagiosa.

Sentí la imperiosa necesidad de ir en su auxilio. Mas mis compañeros, a través de los visores de cascos, me miraron y negaron con sus cabezas casi en sincronía perfecta, haciéndome desistir.

De repente, vi cómo aquel ser despreciado era agredido por un par de seres vestidos igual y armados, supongo que unos guardias, y a empujones, lo sacaban de la acera hasta arrinconarlo en una esquina. Sumiso, alzó las manos al cielo, y de lo alto, una luz invisible e indefectible para ellos, casi estropea los sofisticados sensores de mi traje. Las auras de los guardias mermaron y ennegrecieron de inmediato en la medida en que le decían palabras ofensivas. En cambio, el ser despreciado y sometido, emblanquecía su aura.