La liberación de la autoestima | The liberation of self-esteem (SPA-ENG)

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¿Cómo imaginar mis penurias al creer en una palabra empeñada? Siempre había creído en el valor de la palabra, mis padres me enseñaron que esta da testimonio de la reputación, del prestigio de las personas decentes. Aquella mañana, acudí a una cita de empleo, aprendí a la mala que no todo lo que deslumbra es oro. El estrés me consumía en aquel entonces. Mi anterior empleo, rutinario y sin chance para crecer y aprender, a penas me daba para sostenerme como a mis peludos y adorables compañeros de cuatro patas, quienes entre maullidos y ladridos, siempre me reciben alegres al final de cada jornada. Sí, no me gustaba el empleo, pero al menos la paga era oportuna, y en tal sentido, podía planificar mis gastos. Incluso, con sacrificios estiraba el poco dinero y hasta ahorraba uno que otro dólar. Más obnubilada por la promesa de una paga doble, y un cambio de ambiente añorado, me condujeron en poco tiempo a una severa crisis nerviosa.

Al principio, me entusiasmó mucho la idea de ser parte de una firma que pronto daría a luz. Me gusta lo empresarial, el manejo de las tareas de oficina, así que me pareció una excelente oportunidad. ¡Era tal la emoción, que rememoré la sensación de los inicios de cada año escolar! Solo faltó el uniforme con olor a nuevo, y las lustradas y apretadas zapatillas amoldándose. Mas el tiempo pasó, y la firma no arrancaba del todo. Algo no engranaba, quizás las demoras por fallos en una planificación acelerada. Claro, ya estaba comprometida, aunque de palabra. No podía echarme para atrás, ya había renunciado, y esperaba mejores tiempos.

El primero del mes entrante al acuerdo, asistí algo apresurada a la supuesta oficina: una casona amplia de dos plantas que estaba siendo acondicionada para tal uso. Me extrañó ver aún el mobiliario residencial, muy al estilo del principio del siglo veinte, y las esculturas embaladas adosadas a las paredes del pasillo principal. Escuché un penetrante silbido causado por el aire acondicionado. Al verme allí sola, noté un premonitorio y molesto vacío que vaticinó, sin saber en aquel entonces, la barrera insalvable para llegar a mi nuevo patrón.

Mi puesto de trabajo, una silla ergonómica que precedía a una bonita mesa repujada en vívidos colores con bordes labrados en bronce. Encima, el teclado, ratón y el gran monitor ultramoderno conectado a la mini torre negro mate de última generación que descansaba en el piso de mármol blanco, justo al lado del pie con forma de garra de león del improvisado escritorio. Pensé, una mezcla interesante de lo antiguo con lo actual que trata de armonizar a duras penas. En fin, deduje por el resto de los ambientes similares la intención connotada detrás de la inacabada parafernalia: satisfacer a clientes muy especiales, por no decir, pudientes.

Mi jefe y dueña de la firma, una mujer de mediana edad con una presencia elegante y refinada, solo apareció para inspeccionar los avances de las remodelaciones. En la semana que estuve allí, solo la vi atender a dos clientes emperifollados. Si hablamos un par de minutos, fue mucho, a pesar de que se suponía yo sería su asistente personal. Me sentí ignorada. Ni siquiera intercambiamos los números telefónicos.

El viernes se paralizaron las remodelaciones, y se cerró la oficina hasta nuevo aviso. No hubo despido. El motivo: la intervención quirúrgica de la jefa, y ella, no delega el mando en nadie. Así que, la orden era simple: esperar a su reincorporación, estimada, según ella, en semana y media. Pero como era previsible, la recuperación se prolongó casi un mes. Mientras tanto, la paga del salario quincenal se detuvo, al menos para mí, no sé para el resto. Algo para lo cual no estaba preparada. Sentí el peso de estar sin dinero. La pasé realmente mal. Incluso, migrañas incapacitantes que nunca había sentido antes, y dolores irradiando mi costado izquierdo. Temía algún evento cardiovascular. De no ser por el apoyo de mis padres, habría colapsado.

La jefa volvió, y si bien me pagó por el tiempo y atención comprometido, también se justificó, dándome a entender que ella tenía asuntos más importantes. Entendí entonces que no podía ser su asistente. No obstante, quise darle el beneficio de la duda, continué mis labores, al menos hasta cumplir con el segundo mes. Pero no vi ningún cambio de actitud, y en el pagó, volvió a retrasarse. La decisión era obvia. Sí, quedaría desempleada, pero libre de un ambiente en donde no fui valorada, en donde la palabra empeñada no tiene ningún valor, y estás a expensas de caprichos.

Algo cambió en mí. Me di cuenta de que había estado demasiada enfocada en mis expectativas e ilusiones. Y la experiencia dolorosa, me enseñó que soy una persona con habilidades y talentos, que merezco ser tratada con respeto y consideración.

Después de una buena cena con mis padres, me sentí inspirada, y decidí renunciar. Intuí que la jefa quería despedirme por exigir el pago oportuno, y no le daría ese gusto. La experiencia en la oficina fue intrascendente, mas la situación conflictiva había sido un aprendizaje valioso, aunque no el que había esperado. Me había dado cuenta de que no puedo controlar cómo los demás me tratan, pero puedo controlar cómo me trato a mí misma.

Esa noche, en mi habitación, me miré en el espejo. Me sonreí y me dije: "Eres fuerte. Eres valiosa. Eres digna de amor y respeto". Me sentí liberada, como si hubiera despertado de un sueño pesado. Al día siguiente renuncié sin miedo, a sabiendas de que debía cuidarme a mí misma, y buscar la realización de mis sueños y no los sueños de otros, aunque paguen bien. Un empleo donde sea feliz, sin permitir que los demás intenten definir mi valía. La libertad no era la ausencia de obstáculos, sino la capacidad de superarlos y seguir adelante. Y así, aunque la experiencia en la oficina no fue lo que esperaba, había sido un despertar, un momento de transformación que me permitió descubrir mi propio valor y mi propio poder.

Fin


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Un microrrelato original de @janaveda

Imagen de portada generada por Easy Difussion v3.0.9 (en local) con las el siguiente prompts: Dibuja un chica triste, en una oficina con objetos en el piso. Estilo impresionista.


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How can I imagine my hardship in believing in a pledged word? I had always believed in the value of one's word, my parents taught me that it testifies to the reputation and prestige of decent people. That morning, I went to a job appointment, I learned the hard way that not everything that glitters is gold. Stress was consuming me at the time. My previous job, routine and with no chance to grow and learn, barely gave me enough to support myself and my furry and adorable four-legged companions, who between meows and barks, always welcome me happily at the end of each day. Yes, I didn't like the job, but at least the pay was timely, and in that sense, I could plan my expenses. I even made sacrifices to stretch the little money I had and even saved a dollar or two. Further enraptured by the promise of a double paycheck and a longed-for change of scenery, I was soon driven to a severe nervous breakdown.

At first, I was very excited about the idea of being part of a firm that would soon give birth. I like the business side of things, the handling of office tasks, so it seemed like an excellent opportunity, and I was so excited that I recalled the feeling of the beginning of each school year! The only thing missing was the new-smelling uniform, and the polished and tight sneakers that were molding. But time went by, and the firm did not start up at all. Something was not meshing, perhaps the delays due to failures in an accelerated planning. Of course, I was already committed, albeit by word of mouth. I could not back out, I had already resigned, and I was waiting for better times.

On the first of the month following the agreement, I hurried to the supposed office: a large two-story house that was being fitted out for such use. I was surprised to still see the residential furniture, very much in the style of the early twentieth century, and the packaged sculptures attached to the walls of the main hallway. I heard a piercing whistling sound caused by the air conditioning. Seeing myself there alone, I noticed a foreboding and annoying emptiness that foretold, unbeknownst to me at the time, the insurmountable barrier to my new employer.

My workstation, an ergonomic chair preceded a beautiful table embossed in vivid colors with bronze carved edges. On top, the keyboard, mouse and large ultra-modern monitor connected to the state-of-the-art matte black mini-tower that rested on the white marble floor, right next to the lion claw foot of the makeshift desk. I thought, an interesting mix of old and new trying hard to harmonize. Anyway, I gathered from the rest of the similar settings the connoted intention behind the unfinished paraphernalia: to cater to very special, not to say, wealthy clients.

My boss and owner of the firm, a middle-aged woman with an elegant and refined presence, only showed up to inspect the progress of the remodeling. In the week that I was there, I only saw her attend to two swanky clients. If we spoke for a couple of minutes, it was a lot, even though I was supposed to be her personal assistant. I felt ignored. We didn't even exchange phone numbers.

On Friday, the renovations were stopped, and the office was closed until further notice. There was no dismissal. The reason: the boss's surgery, and she does not delegate command to anyone. So, the order was simple: wait for her reinstatement, estimated, according to her, in a week and a half. But predictably, the recovery took almost a month. In the meantime, the biweekly salary payment stopped, at least for me, I don't know about the rest. Something I was not prepared for. I felt the burden of being without money. I had a really bad time. Even incapacitating migraines that I had never felt before, and pains radiating down my left side. I feared a cardiovascular event. Had it not been for my parents' support, I would have collapsed.

The boss returned, and while she paid me for my time and attention, she also justified herself, telling me that she had more important matters. I understood then that I could not be her assistant. Nevertheless, I wanted to give her the benefit of the doubt, I continued my work, at least until the second month was up. But I saw no change in her attitude, and at the payment, she was late again. The decision was obvious. Yes, I would be unemployed, but free from an environment where I was not valued, where the boss's word has no value, and you are at the expense of whims.

Something changed in me. I realized that I had been too focused on my expectations and illusions. And the painful experience taught me that I am a person with skills and talents, that I deserve to be treated with respect and consideration.

After a nice dinner with my parents, I felt inspired, and decided to quit. I sensed that the boss wanted to fire me for demanding timely payment, and I would not give her that pleasure. The office experience was inconsequential, but the conflict situation had been a valuable learning experience, although not the one I had hoped for. I had realized that I cannot control how others treat me, but I can control how I treat myself.

That night, in my room, I looked at myself in the mirror. I smiled at myself and said, "You are strong. You are valuable. You are worthy of love and respect." I felt liberated, as if I had awakened from a heavy sleep. The next day I resigned without fear, knowing that I had to take care of myself, and seek the realization of my dreams and not the dreams of others, even if they pay well. A job where I would be happy, without allowing others to try to define my worth. Freedom was not the absence of obstacles, but the ability to overcome them and move forward. And so, although the office experience was not what I had hoped for, it had been an awakening, a transformative moment that allowed me to discover my own value and my own power.

The end


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An original short story by @janaveda in Spanish and translated to English with www.deepl.com (free version)

Cover image generated by Easy Difussion v3.0.9 (local) with the following prompts: Draw a sad girl, in an office with objects on the floor. Impressionist style.


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17 comments
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¡Excelente relato!
Solo desde el amor a nosotros mismos, podemos amar sanamente a los demás, en cuanto a la palabra empeñada, no creo que debamos fidelidad o lealtad a quien no responde de la misma manera.
Es frecuente que caigamos en la trampa o chantaje del deber, hasta que aprendemos a ponernos en primer lugar.
Un abrazo fuerte Javier @janaveda

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Hola, Félix.

Sí, hay que amarse primero uno mismo, y considerar con respeto a los demás. En cuanto a aquellos quienes solo piensan en sí y quieren erigirse en el centro del universo, tan solo hay que dejarlo de lado en su propia utopía, so sea que más temprano que tarde se torne en distopía. En todo caso, hay que procurar nobleza si nos toca ayudarlos. La rueda de la fortuna jamás se detiene, y todos estamos embarcados en sus vagones.

Saludos, mi amigo.

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Hi, @hivebuzz.

Thank you very much for this new badge. See you at the next milestone.

Greetings.

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La libertad no era la ausencia de obstáculos, sino la capacidad de superarlos y seguir adelante.

Me encantó la historia, un saludo muy grande @janaveda

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Saludos, @enraizar.

Que bueno que el relato, por demás de la tónica realista, haya sido de tu agrado. Los obstáculos al final se convierten en los escaños de nuestras metas.

Un cordial abrazo.

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Gracias a los que cerrraron puertas
haciendo de mi existencia un retrato sideral

Este es un pequeño verso de un grupo que estroy "explorando" en la actualidad.

Un abrazo de vuelta.

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Me gusta. Evoca una visión optimista y de gratitud ante la adversidad y sus hacedores.

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A mi también me llamó la atención, quizás por el momento en el que estoy (con pasos atrás, también, claro). En ocasiones he estado tan atado a la "injusticia" que no podía moverme.

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¡Injusticia! Todo el tiempo y direcciones. Así que, por momentos nos ata, pero también nos alienta a romper la cuerda. Soy de lo que piensa que más temprano que tarde esta cesará si se actúa desde el amor. Quizás sea un proceso inacabable, cíclico, como el día y la noche. Ánimo, mi amigo.

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Un buen relato con una gran enseñanza detrás. Muchas personas se ven atrapadas en esta misma situación día a día y no llegan a ver las luces que tu personaje principal vio.

Gracias por compartir.

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Hola, @nanixxx.

Sí, la fuerza de la necesidad suele romper la dignidad y empeñar la propia libertad. Hay que tener mucho temple para enfrentar la incertidumbre, pero vale la pena.

Saludos.

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Umjú... temple. Un saludo afectuoso desde acá.

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