Esta última semana he estado algo insatisfecho conmigo mismo. Quizás, por andar disperso, y dejar pasar el tiempo atento a muchas distracciones. Pero… ahondando en el tema: ¿Quién no ha sentido la amarga sensación de la insatisfacción? ¿Y, quién no ha optado por la resignación? Y es que, al afrontar con algunas derrotas en los desafíos diarios, además de frustrantes, también generan dilemas entre acarrear con los malestares, o resignarse ante las circunstancias. Incluso, a veces, los mismos éxitos llegan a tornarse en fuentes de insatisfacciones, ¿qué loco, no?

A primera vista, me surge la confusión, pensando en un aparente juego de palabras. Una a resolver mediante la clarificación de los conceptos; pero en el fondo, de hecho, el asunto no es tan simple, escapa del mundo de las ideas, involucra madurez emocional y sabiduría esquiva. En tal sentido, en lo instrumental, establecer la relación entre ambos términos es un buen comienzo.

La insatisfacción implica lo desagradable a eliminar o cambiar en las cosas, y la resignación, la aceptación de las cosas tales como son, sin intentar cambiarlas. ¿Lo ven? Si fuésemos inteligencias artificiales, no estableceríamos ningún dilema; las circunstancias determinarían todo. Mas, cuando intervienen los sentimientos, las emociones y las actitudes, todo cambia y las posibilidades toman otros matices.

Si bien, en sentido amplio, llevar una vida insatisfecha, es un tormento soportable gracias a las distracciones del mundo moderno. Nada tiene de sano, y más temprano que tarde, pasará una factura dolorosa. No obstante, con la actitud apropiada, la insatisfacción también puede ser un motor perpetuo de crecimiento y progreso, tanto en lo personal como en lo profesional.

Otro camino es optar por la resignación en las primeras etapas de cambios. Es decir, abandonar los sueños sin esfuerzo lleva al estancamiento. Aquí, tampoco veo nada sano; sucumbir en una parálisis emocional o mental, inhibe el progreso, y perpetúa situaciones indeseables e innecesarias. La lógica señala el empleo de juicio hasta agotar las opciones. Solo así, es válido el resignarse ante lo inevitable y fuera de nuestro alcance y dominio.

Saben, ¿cuántas veces sufrí, como ustedes, de alguna injusticia u obstáculo? Muchas, no. Bueno, en ocasiones, luego de poner la cabeza en un tobo de agua fría, la insatisfacción se tornó en resignación por simple análisis, o por el convencimiento de haber obrado en cambiar la situación con los medios a mi alcance, aplicando estrategias concebidas, por muy alocadas que parecieran, en el marco de mis principios y valores. Aprendí, lo necesario de acudir a la sabiduría divina y dejar, tras el duelo, los asuntos en manos del destino y sus leyes de causas y efectos. Sin duda, con el tiempo uno recibirá señales de la justicia (no solo para uno, sino en uno) que ratificarán o negarán la calidad de los acontecimientos. Lo importante, cuando llegue, al juzgar por mi experiencia, nuestro espíritu estará sosegado y conforme al abrir los ojos ante la resolución, devenidos de los hechos.

Así que, ¿insatisfecho o resignado? Son estados intermedios en el carrusel del aprendizaje de la vida, en donde una actitud proactiva y correcta evaluación de la realidad inclinan la balanza hacia lo mejor para uno. En todo caso, estoy agradecido por este tipo de insatisfacción que me obliga a buscar soluciones en lugares insospechados, a la insatisfacción que golpea mis áreas de supuesto confort para retar la resignación implícita en estas. Dispensen mis digresiones antes mis demonios internos. Tal vez, mis pensamientos aleatorios resuenen en ustedes, quienes comporten los dones de ser humano.