Distinguir entre lo bueno y lo malo ha sido el centro de grandes disertaciones y divagaciones a lo largo de la historia. No solo un quebradero de cabeza, sino también, la causa de muchos padecimientos, incluso, cuando se hace lo bueno, lo moral y lo éticamente esperado. Pero, ¿quién o qué decide el extremo correcto? ¿Cómo elegir con certeza, sin el atisbo de errar en el intento?

¡Vaya! ¿Disertar o divagar? Me temo que, por el momento, divagar en busca de claridad es la mejor opción. Mas cuando en estos tiempos, difíciles e interesantes, impera cierto relativismo al respecto. Además, considere el escollo en la misma capacidad de elección, condicionada por los consabidos límites cognitivos de nuestra especie. En realidad, ¿qué tan libre se es en este universo, o en cualquier otro?

De todos modos, se dice que, el rasgo más distintivo y único del hombre, subyace en el libre albedrío derivado de que se es consciente. Los más románticos e idealistas expresan que somos la tapa del frasco. Aunque llegamos de últimos, el mundo, el universo, existen para nosotros, y es nuestro derecho y deber dominar para ¿No sé qué cosa…? ¿O usted lo sabe con certeza? Al menos yo, no lo tengo tan claro. Por eso divago entres las ideas no tan mías, heredadas de seguro, cíclicas en muchos que me antecedieron y que, intuyó, en los que sobrevendrán.

En consecuencia, me pregunto ¿qué tan capaz de elegir entre el Bien y el Mal soy? ¿Acaso, el Bien o el Mal son entidades independientes y externas a mí, o en sus defectos, ¡simples valoraciones de mis acciones en virtud de un orden preestablecido? ¿Quién, o qué las preestableció?

Cuando me detengo a pensar sobre algo, caigo en cuenta, que las palabras toman la égida y establecen el paradigma para juzgar al mundo. Estas, ya determinan mis acciones. Me atrevo a afirmar, que hasta mis emociones y sentimientos. Parece que todo es aprendido. Así que, mi libertad no emana de mi interior, ¡No! Es el resultado de un proceso de perpetuación de conductas y destrezas diseñadas para sobrevivir en el mundo. En primera instancia, la adquisición es por observación, y luego, con la ayuda de otros: mis padres, parientes, maestros, en fin, por la sociedad. De tal manera, que, tanto lo bueno como lo malo, nos es transmitido. ¡Ah, pero hay un problema! En algún lugar en el camino surgen obstáculos o incongruencias que destruye la balanza para nuestras acciones. ¿Cómo lidiar con los sentimientos de culpa?

Entonces, si el ejercicio del libre albedrío está condicionado por la sociedad, esto significa, ¿qué no se es completamente libre? ¡Bueno, creo, que sí y no! A ver, ¡No es que quiera guabinear, y escurrirme el bulto! Tan solo, es un asunto peliagudo si no se recurre a la filosofía, en específico, al ámbito de la moral y la ética. Me pregunto, ¿cómo lo discernirá, en el futuro, una inteligencia artificial generativa, libre de los límites que impone la cognición humana? Supongo, el problema de distinguir entre lo bueno y malo, será un asunto de manejo de información, un cálculo racional, sin implicaciones emocionales. En tal sentido, estará más allá del bien y el mal. En mi opinión, una quimera, si se considera de donde proviene tal tipo de inteligencia, en un mundo imperfecto, tal como lo demuestra los efectos de la entropía.

No quiero mojarme, por ahora, los pies… y aburrirles en ahondar en asuntos relativos a las implicaciones éticas, o en la responsabilidad individual, o en las consecuencias en las tomas de decisiones morales, o si la idea de que el bien o el mal son objetivas o subjetivas, absolutas o relativas. Existe mucha literatura en internet al respecto, si la quieres consultar, hallarás argumentos sólidos, propios de disertaciones suculentas para los intelectuales exigentes. Me conformo con haberles compartido algunas ideas y preguntas, en apariencia, sueltas. Pero muy sinceras. Más cuando leemos a algunos sabelotodo abordar sobre el entendimiento cuántico del universo, o debiera decir, de los universos paralelos, ajenos, en las conversaciones ordinarias para el común de las personas. En cierta manera, la física se torna al saber espiritual de siempre, uno que ha estado bajo el manto del dogma, o un conocimiento desvirtuado en el tiempo, para validar que existen saberes arcanos concernientes con la dupla materia y espíritu. En todo caso, el problema de elegir entre el bien (lo bueno) y el mal (lo malo) no dejará de mortificarnos. Claro, siempre y cuando, se tenga consciencia de este. Por cierto, ahora que lo pienso, lo relativo a la consciencia es un asunto más que fundamental, pero que dejaré abierto a sus consideraciones.

Sé que no hay nada conclusivo en estas divagaciones, siéntete libre de ejercer tu pensamiento y construye lo que te sirva. Al final, todo estriba en buscar la verdad y sobre esta entender y actuar en el mundo. Somos compañeros en ese viaje, y quizás, la sentencia de que estamos condenados a ser libre, sea cierta, aunque niegue en forma implícita tan valioso mensaje. Supongo, que una manera imperfecta de expresar el anhelo, y lo que impulsa al espíritu humano.

¡Sé libre y bueno!