Un alma errante (relato) / A wandering soul (short story)

El tiempo, cuál gusano voraz, había devorado los días uno a uno, dejando tras de sí un vacío infinito. Nuestro protagonista, un náufrago en un mar de sí mismo, vagaba sin rumbo, arrastrando consigo los restos de una vida que se deshilachaba. No era la malicia la que lo impulsaba, menos aún la intención, sino una sed insaciable de lo desconocido, un llamado macabro que la diosa nada le susurraba al oído.

El mundo se volvió un ente colosal y caprichoso, lo había acogido en su seno, ofreciéndole un laberinto de senderos placenteros e inhóspitos que alimentaba su alma y le hacían sentirse vivo. En uno de esos ir y venir, mientras descansaba al pie de un puente, su mano se posó sobre un objeto extraño: un libro, un pequeño universo encerrado entre tapas. Al abrirlo, sintió estallar algo en su interior, iluminando recuerdos que creían perdidos. Eran historias contadas a voces infantiles, voces que ahora resonaban en las profundidades de su alma.

Sintió algo diferente. Eran olas de mar que iban y venían acariciando su vida, pero la nostalgia, como parásito, lo invadió por completo. Sintió la textura de las pequeñas manos que habían acariciado esas páginas, el calor de sus cuerpos pegados al suyo. Una fuerza primigenia, una especie de resorte cósmico, lo impulsó a regresar. Quería reencontrarse con esas almas que había dejado atrás, contarles las aventuras de su exilio interior.

Pero el destino, ese gran humorista, tenía preparada una última función. Un resbalón, un instante de descuido, y el mundo se volvió una mancha informe, un lienzo rojo donde se mezclaban los colores de la vida y la muerte. Despertó en un lecho de dolor, rodeado de aparatos que zumbaban como abejas en un panal. A su lado, el libro, manchado de su propia sangre, era su único compañero.

En ese limbo entre la existencia y la nada, revivió cada instante, cada carcajada, cada lágrima compartida. Comprendió su existencia y maldijo que fuera tarde.

Días después, el libro fue encontrado tirado en un rincón, sucio y olvidado. Nadie supo el peso de las historias que llevaba consigo, ni el viaje infinito que había emprendido. Y así, el libro, como nuestro navegante, se perdió en el mar de los objetos desechados, llevando consigo los secretos de un alma errante.




A wandering soul

Time, like a voracious worm, had devoured the days one by one, leaving behind an infinite emptiness. Our protagonist, a castaway in a sea of himself, wandered aimlessly, dragging with him the remains of a life that was unraveling. It was not malice that drove him, let alone intention, but an unquenchable thirst for the unknown, a macabre call that the goddess nothingness whispered in his ear.

The world became a colossal and capricious entity, it had welcomed him into its bosom, offering him a labyrinth of pleasant and inhospitable paths that fed his soul and made him feel alive. In one of these comings and goings, while resting at the foot of a bridge, his hand rested on a strange object: a book, a small universe enclosed between covers. When he opened it, he felt something explode inside, illuminating memories he thought were lost. They were stories told in childish voices, voices that now echoed in the depths of her soul.

He felt something different. They were sea waves that came and went caressing his life, but nostalgia, like a parasite, invaded him completely. He felt the texture of the small hands that had caressed those pages, the warmth of their bodies pressed against his. A primal force, a kind of cosmic spring, urged him to return. He wanted to meet again those souls he had left behind, to tell them about the adventures of his inner exile.

But destiny, that great humorist, had one last show in store. One slip, one moment of carelessness, and the world became a shapeless stain, a red canvas where the colors of life and death mingled. He awoke on a bed of pain, surrounded by devices buzzing like bees in a honeycomb. Beside him, the book, stained with his own blood, was his only companion.

In that limbo between existence and nothingness, he relived every instant, every laugh, every shared tear. He understood his existence and cursed that it was too late.

Days later, the book was found lying in a corner, dirty and forgotten. No one knew the weight of the stories it carried, nor the infinite journey it had undertaken. And so the book, like our navigator, was lost in the sea of discarded objects, carrying with it the secrets of a wandering soul.


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