Los recuerdos/ Memories

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Un esqueleto de madera yacía en la orilla, blanqueado por el sol. Costillas expuestas al cielo, cicatrices profundas, y una pátina de plata, hebras tejidas por el tiempo, revelaban su vejez. Había sido un regalo de su abuelo, un artesano que había insuflado vida en la madera. De niño había navegado en ella ríos bravos, desafiando crecientes y caramas con la valentía de un joven dios. Ahora, la canoa yacía inerte, testigo mudo de aquellos días, donde las arrugas aparecieron y las canas adornaron.

A pesar del deterioro, la canoa seguía siendo un tesoro. Cada vez que pasaba junto a ella, escuchaba susurros, ecos de risas perdidas en el viento. Recordaba el agua fresca en su rostro, el canto del canalete cortando la superficie, la libertad flotando en el aire.

Sin embargo, la canoa estaba herida. Sus tablones se habían separado, dejando al descubierto su corazón de madera, y un agujero oscuro se abría en su vientre. Ya no podía surcar las aguas, pero ¿acaso necesita navegar para ser una canoa?

El hombre se sentó a la orilla y contempló su reflejo en el río, un espejo de agua que reflejaba el cielo. El río, a pesar de su calma aparente, era un gigante dormido, con la fuerza de mil caballos. Había arrastrado árboles, remodelado las orillas, y seguía fluyendo hacia el mar, incansable.

En ese momento comprendió. No era necesario dominar el río para sentir su fuerza. No era necesario navegar para sentir la libertad. El río era la vida misma, con sus corrientes rápidas y sus remansos, sus tormentas y sus calmazos. Y al igual que el río, la vida seguía fluyendo, incluso cuando las cosas se rompían.

La canoa, aunque rota, seguía siendo parte de él. Era un puente hacia su pasado, un recuerdo de sus sueños, un vínculo con la naturaleza. Y aunque nunca más podría surcar sus aguas, el espíritu de aventura que había despertado en él seguiría vivo, navegando en las profundidades de su corazón.

El hombre se levantó, se despidió y se dirigió hacia su hogar, con una sonrisa en los labios. La canoa, ahora un monumento a la memoria, seguiría allí, en la orilla, susurrando historias al viento, testigo silencioso de las aventuras que habían sido y de las que él creía que aún estaban por venir, aunque nunca imaginó que era la última vez que se verían.

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Memories

A wooden skeleton lay on the shore, bleached by the sun. Ribs exposed to the sky, deep scars, and a silver patina, strands woven by time, revealed its old age. It had been a gift from his grandfather, a craftsman who had breathed life into the wood. As a boy he had navigated rough rivers in it, defying floods and floodwaters with the bravery of a young god. Now, the canoe lay inert, a mute witness of those days, where wrinkles appeared and gray hair adorned.

Despite the deterioration, the canoe remained a treasure. Every time he passed by her, he heard whispers, echoes of laughter lost in the wind. She remembered the cool water on her face, the song of the canalete cutting the surface, the freedom floating in the air.

The canoe, however, was wounded. Its planks had split, exposing its wooden heart, and a dark hole opened in its belly. It could no longer ply the waters, but did it need to sail to be a canoe?

The man sat on the shore and gazed at his reflection in the river, a mirror of water reflecting the sky. The river, despite its apparent calm, was a sleeping giant, with the force of a thousand horses. It had dragged trees, reshaped the banks, and was still flowing towards the sea, tireless.

At that moment he understood. It was not necessary to master the river to feel its strength. It was not necessary to navigate to feel freedom. The river was life itself, with its swift currents and its backwaters, its storms and its calms. And just like the river, life kept flowing, even when things were broken.

The canoe, though broken, was still part of him. It was a bridge to his past, a reminder of his dreams, a link to nature. And though he would never again be able to ply its waters, the spirit of adventure it had awakened in him would live on, sailing in the depths of his heart.

The man stood up, said goodbye and headed for home, a smile on his lips. The canoe, now a monument to memory, would still be there, on the shore, whispering stories to the wind, silent witness to the adventures that had been and those he believed were yet to come, though he never imagined it was the last time they would see each other.




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