La lucha / The struggle
Y así, la montaña, que había sido testigo de tantas historias de caza y aventura, se convirtió también en su última morada, la reina que había gobernado sobre sus senderos, dejando una huella imborrable en el corazón de aquellos que la habían conocido.
El sol aún no había alcanzado su cenit cuando los hombres y sus perros iniciaron la ascensión hacia la montaña, un gigante dormido que había presenciado siglos de vida y muerte, se alzaba imponente ante ellos.
Majó, una mestiza de pelo rojizo y ojos ámbar, encabezaba la jauría con la agilidad y la determinación de una reina. Su olfato era legendario, capaz de rastrear un venado a través de kilómetros de terreno escarpado. En cada cacería, ella era la esperanza de una buena presa.
En aquella ocasión, la caza se centró en los escurridizos venados y las lapas que habitaban las montañas y los topochales. Majó, con un ladrido excitado, se adentró en un laberinto, seguida de cerca por sus compañeros. Los cazadores, desde la distancia, observaban con admiración la destreza de la perra.
De pronto, un siseo se hizo presente alrededor de Majó. Un latigazo de escamas verdes y negras, emergió de entre las hojas, sus ojos inyectados en sangre brillaban con una fría determinación. La perra, sin dudarlo, se lanzó al ataque, su ladrido resonando como un trueno en el corazón de la montaña.
La lucha fue breve pero intensa. La perra mordió con fuerza, tratando de inmovilizar al reptil. La serpiente, ágil como una anguila, esquivaba sus ataques, retorciéndose y girando sobre sí misma. En un movimiento rápido, la serpiente clavó sus colmillos en la pata trasera de Majó, inyectando su veneno.
Un grito sordo escapó de la garganta de la perra, un sonido que helaba la sangre. El veneno comenzó a hacer efecto rápidamente, expandiéndose por su cuerpo como un fuego devorador. Majó, con las fuerzas menguando, se arrastró hasta un claro.
Con un último esfuerzo, levantó la cabeza y lanzó un aullido desgarrador hacia el cielo, como si estuviera pidiendo ayuda. Luego, su cuerpo se relajó y quedó inmóvil, el latido de su corazón convirtiéndose en un eco distante que se desvanecía en el silencio de la montaña.
La serpiente, satisfecha, se deslizó entre las rocas, desapareciendo en la oscuridad de la maleza. Solo Majó y el olor a sangre rompían la tranquilidad del lugar.
Los hombres intuyeron que algo andaba mal. Corrieron para ver que sucedía. Al llegar la encontraron con sus ojos, antes llenos de vida, ahora velados por la agonía. Una hinchazón venenosa se extendía desde su pata trasera hasta su vientre.
Uno de los cazadores, examinó la herida y confirmó sus peores sospechas. La reina de la montaña, había caído víctima de un enemigo invisible. Todos miraban como luchaba por respirar, sus ojos llenos de un dolor inmenso. Con cada jadeo, su cuerpo se convulsionaba, como si estuviera siendo devorado por algo más grande que ella
Con pesar, los hombres decidieron regresar. El cuerpo de Majó fue envuelto en una manta y llevado a la cima de la montaña, donde fue enterrado bajo un árbol solitario. Allí, con el viento susurrando entre las ramas y el sol tiñendo el cielo de naranja, los cazadores se retiraron.
The struggle
And so, the mountain, which had witnessed so many stories of hunting and adventure, also became her final resting place, the queen who had ruled over her paths, leaving an indelible mark in the hearts of those who had known her.
The sun had not yet reached its zenith when the men and their dogs began the ascent to the mountain, a sleeping giant that had witnessed centuries of life and death, rose imposingly before them.
Majó, a red-haired, amber-eyed half-breed, led the pack with the agility and determination of a queen. Her sense of smell was legendary, capable of tracking a deer across miles of rugged terrain. On every hunt, she was the hope for good prey.
On that occasion, the hunt focused on the elusive deer and limpets that inhabited the mountains and topochales. Majó, with an excited bark, entered a labyrinth, closely followed by her companions. The hunters, from a distance, watched with admiration the dog's dexterity.
Suddenly, a hissing sound came from around Majó. A whip of green and black scales emerged from the leaves, her bloodshot eyes glowing with cold determination. The bitch, without hesitation, lunged forward, her bark echoing like thunder in the heart of the mountain.
The fight was brief but intense. The bitch bit down hard, trying to immobilize the reptile. The snake, agile as an eel, dodged her attacks, twisting and turning on itself. In one swift movement, the snake drove its fangs into Majó's hind leg, injecting its venom.
A muffled scream escaped the bitch's throat, a blood-chilling sound. The venom began to take effect quickly, spreading through her body like a devouring fire. Majó, her strength waning, crawled into a clearing.
With a last effort, he raised his head and let out a piercing howl skyward, as if calling for help. Then his body relaxed and he lay still, his heartbeat becoming a distant echo that faded into the silence of the mountain.
The snake, satisfied, slithered among the rocks, disappearing into the darkness of the undergrowth. Only Majó and the smell of blood broke the tranquility of the place.
The men sensed that something was wrong. They ran to see what was happening. When they arrived they found her with her eyes, once full of life, now veiled in agony. A poisonous swelling extended from her hind leg to her belly.
One of the hunters examined the wound and confirmed their worst suspicions. The queen of the mountain had fallen victim to an invisible enemy. Everyone watched as she struggled for breath, her eyes filled with immense pain. With each gasp, her body convulsed, as if she was being devoured by something larger than herself.
With regret, the men decided to return. Majó's body was wrapped in a blanket and carried to the top of the mountain, where it was buried under a solitary tree. There, with the wind rustling through the branches and the sun dyeing the sky orange, the hunters withdrew.
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