Hispaliterario 37: El árbol ciclista de los llanos

Un árbol se fue a una fiesta montada en su bicicleta. Así comienza nuestra historia, una que se forjó en el corazón de los llanos venezolanos, donde el cielo se funde con el horizonte en un abrazo de algodón y los ríos serpentean como venas de la tierra, estaba un árbol singular, él había presenciado el nacimiento y la muerte de innumerables generaciones de seres humanos y de animales. Sus raíces, hondas como la sabiduría, se extendían por el suelo plano y fértil.

Impulsado por una curiosidad tan antigua como él mismo, un día decidió trascender su inmovilidad milenaria. Desprendiendo una rama vigorosa, la transformó en una bicicleta, un ingenioso artilugio que había visto surcar aquellos caminos infinitos. Con la rama como manubrio y las raíces como ruedas, el árbol se puso en marcha, su tronco erguido como una vela surcando los vientos de la esperanza.

La noticia de su audaz escapada se propagó como un murmullo ancestral entre los habitantes del llano. Aves multicolores lo escoltaron en su viaje, entonando cánticos; peces de escamas iridiscentes saltaron en los ríos, agitando sus aletas en una despedida jubilosa; y los venados, con sus grandes ojos llenos de asombro, lo observaron partir, su figura silueteada contra el horizonte.

El árbol ciclista cruzó las sabanas de Apure, Portuguesa y Barinas, atravesó el Orinoco y exploró el Roraima. Allí sintió una extraña sensación de vértigo. El tiempo parecía acelerarse y ralentizarse al mismo tiempo. Comenzó a ver destellos de futuros posibles, algunos hermosos y otros terribles. Se dio cuenta de que al alterar el orden natural de las cosas, había desatado fuerzas que no puede controlar. Descubrió que todo era causado por el Tiempo. Ese ser que por años le susurró al oído que no explorara el mundo, volvió a aparecer. Le hablaba de los peligros, le mostraba el fuego que había consumido a otros árboles.

Con el corazón palpitante, se enfrentó a esa entidad que había sido su compañero y su juez y avanzando agobiado por la culpa y el miedo, el árbol llegó a la fiesta celestial. Entre estrellas luminosas que eran como faroles cósmicos y planetas que giraban como orbes de cristal, fue recibido con honores. Los seres celestiales, maravillados por su valentía, lo invitaron a compartir sus historias.

Entre relatos de galaxias lejanas y de civilizaciones extintas, el árbol comprendió la magnitud de su acto. Había cruzado la frontera entre lo terrenal y lo celestial, había desafiado las leyes del tiempo y del espacio. Pero también había puesto en peligro el equilibrio cósmico.

Al amanecer, con el corazón lleno de alegría y rebosado de esperanza, emprendió el regreso. Sabía que debía restaurar el equilibrio que había alterado. Y así, con la sabiduría de los siglos y la humildad de un ser que había tocado lo divino, regresó a su hogar, dispuesto a enfrentar las consecuencias de su audacia y a encontrar un nuevo camino, uno que concilie su anhelo de conocimiento con su responsabilidad hacia el mundo.

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The cycling tree of the plains

A tree went to a party on its bicycle. Thus begins our story, one that was forged in the heart of the Venezuelan plains, where the sky merges with the horizon in a cotton embrace and the rivers meander like veins of the earth, there was a singular tree, he had witnessed the birth and death of countless generations of humans and animals. His roots, deep as wisdom, stretched across the flat, fertile soil.

Driven by a curiosity as old as himself, one day he decided to transcend his millenary immobility. Plucking off a vigorous branch, he transformed it into a bicycle, an ingenious contraption that he had seen plying those infinite roads. With the branch as handlebars and the roots as wheels, the tree set off, its trunk erect like a sail furrowing the winds of hope.

News of his daring escape spread like an ancestral murmur among the inhabitants of the plain. Multicolored birds escorted him on his journey, chanting songs; fish with iridescent scales leapt in the rivers, flapping their fins in a jubilant farewell; and deer, their big eyes full of wonder, watched him depart, his figure silhouetted against the horizon.

The cycling tree crossed the savannas of Apure, Portuguesa and Barinas, crossed the Orinoco and explored the Roraima. There he felt a strange sensation of vertigo. Time seemed to speed up and slow down at the same time. He began to see glimpses of possible futures, some beautiful and some terrible. He realized that by altering the natural order of things, he had unleashed forces beyond his control. He discovered that it was all caused by Time. That being who for years whispered in his ear not to explore the world, reappeared. It spoke to him of the dangers, showed him the fire that had consumed other trees.

With his heart pounding, he faced that entity that had been his companion and his judge, and advancing, overwhelmed by guilt and fear, the tree arrived at the celestial feast. Among luminous stars that were like cosmic lanterns and planets that revolved like crystal orbs, it was received with honors. The celestial beings, marveling at his bravery, invited him to share their stories.

Amidst tales of distant galaxies and extinct civilizations, the tree understood the magnitude of his act. He had crossed the boundary between the earthly and the heavenly, he had defied the laws of time and space. But he had also endangered the cosmic balance.

At dawn, his heart full of joy and brimming with hope, he set out on his return journey. He knew he must restore the balance he had upset. And so, with the wisdom of the ages and the humility of a being who had touched the divine, he returned home, ready to face the consequences of his audacity and to find a new path, one that would reconcile his yearning for knowledge with his responsibility to the world.





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El árbol reconoció el desequilibrio producido y decidió su retorno. Buen relato con final inesperado. Suerte @franvenezuela !!!

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