El precio del éxito / The price of success

"Cuándo será mi momento" se preguntó Agustín, mientras leía las últimas críticas de las obras literarias publicadas.

Agustín, un escritor de mediana edad, habitaba en un pequeño pueblo llanero, donde el sol caribeño acariciaba su fisionomía, la del hombre contemplativo: cabello castaño entrecano, enmarcando una frente surcada por líneas que indicaban tiempo y desilusión. Sus ojos, de un negro noche, reflejaban la intensidad de su pasión por las letras, pero también la sombra de la frustración por un reconocimiento que no llegaba.

En su modesto hogar, rodeado de libros que apilaban estantes y se amontonaban en el suelo, Agustín pasaba horas incansables tecleando en su vieja computadora. Sus dedos danzaban sobre las teclas, dando vida a personajes que cobraban vida en mundos de ficción, mientras que él permanecía invisible en las sombras de su propia historia.

A pesar de su talento, la fama lo esquivaba como un espejismo en la sabana llanera. Sus obras, cargadas de sensibilidad y profundidad, no lograban traspasar las fronteras de su pueblo, languideciendo en el anonimato de las tertulias que él mismo generaba. La crítica, indiferente a su genio, lo ignoraba, mientras que otros escritores, menos talentosos, pero más afortunados, cosechaban aplausos y reconocimientos.

La frustración se volvió su compañera. La soledad lo rodeaba como una sombra, amplificando el eco de sus propias dudas. ¿Era su obra realmente tan buena? ¿O era él simplemente un soñador que se empeñaba en perseguir una quimera?

En sus noches de insomnio, Agustín se debatía entre el abandono y la terquedad. La musa de la inspiración lo visitaba con frecuencia, susurrándole historias al oído, pero la musa de la fama parecía haberlo olvidado. Se aferraba a la esperanza de que, un día, su talento sería reconocido, pero la incertidumbre lo corroía como la sal al metal.

Agustín era un ser complejo, un alma atormentada por la ambición y la desilusión. Su vida era una oda a la perseverancia del artista incomprendido, una lucha constante contra las adversidades y la indiferencia. En su corazón ardía la llama de la pasión por la literatura, una llama que, a pesar de los vientos en contra, se negaba a apagarse.

Una tarde, luego de tomarse un café y leer una obra recién aplaudida por la crítica, comenzó a llorar. No veía belleza en lo leído. Lugares comunes, clichés, copias mal intencionadas de obras ya publicadas. De repente, una voz ronca y profunda resonó en su mente: "un sacrificio es necesario para que tu obra alcance la gloria anhelada. ¿Eres capaz de hacerlo?".

Agustín se sacudió de esos pensamientos. "No, así no" se dijo a sí mismo. Se encontraba en una encrucijada, atrapado entre el deseo de alcanzar sus sueños y la repugnancia hacia los actos inmorales que pensó le exigirían. Su alma se debatía entre la luz y la oscuridad, entre la integridad y la ambición. El precio del éxito parecía demasiado alto, pero la tentación de alcanzarlo era irresistible.

En esta batalla interna, Agustín sabía que la respuesta a esta pregunta determinaría su destino y definiría el legado que dejaría en el mundo. Pensativo y meditabundo avanzaron los días, pero consumido por la sed de éxito, aceptó el pacto.

Sin embargo, el sacrificio exigido no era el que esperaba. La musa de la fama no pedía sangre ni carne, sino algo mucho más preciado: un fragmento de su propia creación. Le exigió quitar de su obra un relato. Un texto que debía elegir al azar.

La angustia se apoderó de él. Cada relato de "Sombras de los Llaneros" era como un hijo, un pedazo de su alma plasmado en palabras. ¿A cuál debía renunciar?

Días de agonía lo consumieron. Releyó cada historia una y otra vez, buscando en vano una señal que lo guiara. La musa lo observaba con ojos burlones, disfrutando de su tormento.

Finalmente, agotado y desesperado, Agustín actuó, dejando que el azar hiciera su aparición. Cerró los ojos, tomó un puñado de papeles y arrojó uno al aire. El elegido, con el título "El tractor olvidado", cayó al suelo como una hoja en verano.

Un escalofrío recorrió su cuerpo. "El tractor olvidado" era su relato favorito, la pieza central en torno a la cuál escribió los demas textos. Lágrimas brotaron de sus ojos mientras lo despedazaba y lo lanzaba a la chimenea.

Al día siguiente, envió "Sombras de los Llaneros" a una prestigiosa editorial. A las pocas semanas, recibió la noticia que tanto anhelaba: la novela sería publicada. La crítica lo aclamó como un nuevo genio de la literatura, y su libro se convirtió en un éxito rotundo.

Sin embargo, Agustín no podía disfrutar de la gloria. El recuerdo de "El tractor olvidado" lo perseguía como un fantasma, susurrándole que había pagado un precio demasiado alto por su éxito. La musa de la fama ahora lo miraba con lástima, pues había sacrificado su alma artística en el altar del éxito.

En las noches de insomnio, Agustín escuchaba el eco de la voz ronca: "el verdadero sacrificio nunca se mide en sangre, sino en la parte de ti que decides entregar". Y comprendió, con amargura, que el precio del éxito es siempre demasiado caro y nunca es un precio justo.


**




The price of success

"When will it be my time?" wondered Agustín, while reading the latest reviews of published literary works.

Agustin, a middle-aged writer, lived in a small town on the plains, where the Caribbean sun caressed his physiognomy, that of a contemplative man: gray-brown hair, framing a forehead furrowed by lines that indicated time and disillusionment. His eyes, of a night black, reflected the intensity of his passion for letters, but also the shadow of frustration for a recognition that did not come.

In his modest home, surrounded by books that stacked shelves and piled up on the floor, Agustin spent tireless hours typing on his old computer. His fingers danced over the keys, giving life to characters that came to life in fictional worlds, while he remained invisible in the shadows of his own story.

Despite his talent, fame eluded him like a mirage in the savannah of the plains. His works, full of sensitivity and depth, did not manage to cross the borders of his town, languishing in the anonymity of the gatherings that he himself generated. The critics, indifferent to his genius, ignored him, while other writers, less talented but more fortunate, reaped applause and recognition.

Frustration became his companion. Loneliness surrounded him like a shadow, amplifying the echo of his own doubts: was his work really that good, or was he simply a dreamer bent on pursuing a chimera?

In his sleepless nights, Agustín was torn between abandonment and stubbornness. The muse of inspiration often visited him, whispering stories in his ear, but the muse of fame seemed to have forgotten him. He clung to the hope that, one day, his talent would be recognized, but the uncertainty ate away at him like salt at metal.

Agustin was a complex being, a soul tormented by ambition and disillusionment. His life was an ode to the perseverance of the misunderstood artist, a constant struggle against adversity and indifference. In his heart burned the flame of passion for literature, a flame that, despite the headwinds, refused to die out.

One afternoon, after having a cup of coffee and reading a work recently applauded by the critics, he began to cry. He saw no beauty in what he read. Commonplaces, clichés, ill-intentioned copies of already published works. Suddenly, a deep, hoarse voice resounded in his mind: "A sacrifice is necessary for your work to reach the desired glory. Are you capable of doing it?

Augustine shook himself out of those thoughts. "No, not like that," he said to himself. He was at a crossroads, caught between the desire to achieve his dreams and disgust at the immoral acts he thought they would require of him. His soul was torn between light and darkness, between integrity and ambition. The price of success seemed too high, but the temptation to achieve it was irresistible.

In this internal battle, Augustine knew that the answer to this question would determine his destiny and define the legacy he would leave in the world. Thoughtful and meditative as the days progressed, but consumed by a thirst for success, he accepted the pact.

However, the sacrifice demanded was not what he expected. The muse of fame did not ask for blood or flesh, but something much more precious: a fragment of his own creation. She demanded that he remove a story from his work. A text to be chosen at random.

Anguish seized him. Each story in "Sombras de los Llaneros" was like a child, a piece of his soul captured in words. Which one should he give up?

Days of agony consumed him. He reread each story over and over again, searching in vain for a sign to guide him. The muse watched him with mocking eyes, enjoying his torment.

Finally, exhausted and desperate, Agustin acted, letting chance make its appearance. He closed his eyes, picked up a handful of papers and threw one into the air. The chosen one, with the title "The Forgotten Tractor," fell to the ground like a leaf in summer.

A shiver ran through his body. "The Forgotten Tractor" was his favorite story, the centerpiece around which he wrote the other texts. Tears welled up in his eyes as he tore it to shreds and threw it into the fireplace.

The next day, he sent "Sombras de los Llaneros" to a prestigious publishing house. A few weeks later, he received the news he had longed for: the novel would be published. Critics hailed him as a new literary genius, and his book became a resounding success.

However, Agustín could not bask in the glory. The memory of "The Forgotten Tractor" haunted him like a ghost, whispering that he had paid too high a price for his success. The muse of fame now looked at him with pity, for he had sacrificed his artistic soul on the altar of success.

In the sleepless nights, Augustine listened to the echo of the hoarse voice: "the true sacrifice is never measured in blood, but in the part of you that you decide to give". And he understood, with bitterness, that the price of success is always too high and never a fair price.




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