El cuadro / The picture

La vieja casona gemía bajo la luna pálida, sus tablones de madera crujían como huesos secos. El viento soplaba a través de las grietas, arrastrando consigo susurros que erizaban la piel. En una de las habitaciones, un retrato amarillento dominaba la pared, sus ojos oscuros y vidriosos parecían seguir los movimientos de quien osaba mirarlo. Los lugareños juraban que en esa estancia residía un alma en pena, un espíritu atormentado que vagaba sin descanso.

Don Anselmo, escéptico y pragmático, había adquirido la casa por una ganga. Sin embargo, las noches que pasaba allí se convertían en una pesadilla. Un frío glacial se adueñaba de la estancia, y sombras danzaban en las paredes, distorsionadas por la débil luz de las velas. A menudo, despertaba sobresaltado, con la sensación de ser observado por ojos invisibles.

Un anciano del pueblo, con la mirada perdida en un pasado lejano, le habló de una antigua leyenda. Según contaba, el espíritu de un hombre avaro y rencoroso vagaba por la casa, condenado a una eternidad de sufrimiento por un pecado imperdonable. Intrigado, Don Anselmo comenzó a investigar. Encontró un diario polvoriento, escrito con una caligrafía temblorosa. Las páginas amarillentas narraban una historia de avaricia y odio, culminando en una amarga disputa por una herencia.

Una noche, mientras hojeaba el diario a la luz de una vela parpadeante, una ráfaga de viento apagó la llama, sumiendo la habitación en una oscuridad impenetrable. Un escalofrío recorrió su espina dorsal mientras una voz, fría como el hielo, susurraba en sus oídos: "No puedo descansar hasta que perdone". La revelación lo dejó petrificado. El espíritu del antiguo propietario estaba atrapado en un ciclo interminable de odio y remordimiento.

Con un corazón pesado, don Anselmo se arrodilló y rezó un denario. Clamó al cielo que liberara al alma atormentada. Al terminar, un estruendo enloquecedor sacudió la casa. El cuadro, que antes había sido inmóvil, comenzó a vibrar violentamente. De sus ojos brotó un chorro de agua oscura, mientras un lamento desgarrador resonaba en la estancia, y don Anselmo, atónito ante lo que presenciaba, era arrastrado al cuadro.

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The picture

The old house groaned under the pale moon, its wooden planks creaking like dry bones. The wind blew through the cracks, carrying with it skin-curdling whispers. In one of the rooms, a yellowish portrait dominated the wall, its dark, glassy eyes seeming to follow the movements of anyone who dared to look at it. The locals swore that in that room resided a soul in pain, a tormented spirit that wandered restlessly.

Don Anselmo, skeptical and pragmatic, had acquired the house for a bargain. However, the nights he spent there turned into a nightmare. An icy cold would fill the room, and shadows would dance on the walls, distorted by the dim candlelight. Often, he awoke startled, with the sensation of being watched by unseen eyes.

An old man of the village, gazing into the distant past, told him of an ancient legend. According to it, the spirit of a greedy and spiteful man wandered through the house, condemned to an eternity of suffering for an unforgivable sin. Intrigued, Don Anselmo began to investigate. He found a dusty diary, written in shaky handwriting. The yellowed pages told a story of greed and hatred, culminating in a bitter dispute over an inheritance.

One night, as she flipped through the journal by the light of a flickering candle, a gust of wind blew out the flame, plunging the room into impenetrable darkness. A shiver ran down his spine as a voice, cold as ice, whispered in his ears, “I cannot rest until I forgive.” The revelation left him petrified. The spirit of the former owner was trapped in an endless cycle of hatred and remorse.

With a heavy heart, Don Anselmo knelt down and prayed a denarius. He cried out to heaven to release the tormented soul. As he finished, a maddening roar shook the house. The painting, which had been motionless before, began to vibrate violently. From its eyes gushed a stream of dark water, while a piercing wail echoed through the room, and Don Anselmo, stunned by what he witnessed, was dragged into the painting.





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