Mujer Prohibida II [ENG/ESP]

Mauricio estaba todo embelesado con la belleza de Rosario. Sin embargo, está lucía, tranquila como si sus encantos no pudieran con ella, pero eso lo que hacía era incrementar el interés que ya sentía. Un inmenso sombrero rosa le cubría su larga y hermosa cabellera, por un momento él se lo quita y se lo pone fingiendo que le queda perfecto.

—Ni siquiera te queda —dijo Rosario señalando la cabeza de Mauricio —y entonces, ¿qué has venido hacer desde la capital?

Mauricio casi se atraganta con el café que estaba tomando, aquella pregunta le había pillado desprevenido. Pensó rápidamente en zafarse de aquella situación, Rosario no era una mujer de una sola noche, pero no quería arruinar su amable compañía contándole que estaba próximo a casarse, así que decide omitir toda esa parte de la historia.

—Pues, a decir verdad, le he prometido a mi padre que apenas me recibiera como Ingeniero, iba a venir a ayudarle con las tierras, —el tono de Mauricio en ese momento se volvió aburrido —así que me gradué y terminé aquí de nuevo.

—Vaya mierda...

—¿Qué? —respondió Mauricio sonriendo.

—Es que debe ser difícil hacer algo que en realidad no quieres hacer, deberías ser libre de estar a dónde quieras.

—Tienes razón, la verdad es que mi hermano menor me odia. Él ha estado en estas tierras dedicándole prácticamente todo su tiempo y yo, pues, siento que este no es mi lugar en el mundo.

—Te entiendo, yo también me siento así, —infirió Rosario —de hecho, estoy luchando por salir de aquí. Pero, no te equivoques, me gusta la vida en Altagracia, es solo que a veces tienes que salir de tu zona de confort para lograr lo que realmente quieres en la vida. Yo por ejemplo quiero ser cantante, quiero darme a conocer y ya sabes esto no es precisamente el mejor lugar para hacerlo.

—Te entiendo y te admiro, eres libre de hacer lo que te plazca. Es increíble cómo se podría decir que yo lo tengo todo y a la vez nada, —Mauricio se queda callado y comienza a mirar a un punto en específico —es solo que a veces, nuestros padres ponen cargas que no tenemos por qué soportar, pero lo hacemos para no decepcionarlos.

—Sí, no me pasa, pero debe ser así. Mi mamá me apoya en todo esto de la música. Nosotros no tenemos tierras, ni la posibilidad de ir a la capital a estudiar, pero a cambio tenemos la libertad de hacer cuánto queramos y ahora que lo dices, valoro mucho más, el poder decidir. Y bueno, está buenísimo el café, pero me tengo que ir. Ya es tarde.

—¿Qué dices si apenas son las 02:30?

—Sí, pero no tengo que quedarme hasta el amanecer...

—Entonces, yo te llevo y no acepto un no, como respuesta.

Rosario le sonríe, ella sabe que ha perdido aquella batalla. Y de pronto la carretera hacia su casa, risas por un chiste malo, historias de algún lugar en la vía, sonrisas cómplices al pasarse algún semáforo en rojo. El tiempo se pasa volando cuando somos felices, ellos dos, la madrugada y la puerta de la casa de la mujer prohibida aparece de improviso.

Mauricio se baja y le abre la puerta. Rosario hace un intento para librarlo de aquel ritual, pero él es un caballero y se niega a dejarla allí. Absortos se quedan mirando el uno al otro y de repente surge la magia. Rosario le da un breve beso en la mejilla, que hace ver estrellas a su tormento capitalino.

—¿Habrá un mañana para nosotros?, —pregunta Mauricio con algo de cautela —ni siquiera he sido digno de obtener tu número de teléfono.

—Me preguntaba si acaso, no estarás muy complicado con tu vida en este momento. Lo digo porque no me gusta perder mi tiempo, eres un hombre encantador, pero no sé qué podríamos ofrecernos más que está noche. Si quieres mañana nos vemos en La Borrasca y…

—¡Está bien!, me confirmó con eso. Con un mañana, entonces si habrá un mañana, esa era la respuesta.

—Claro, supongo que si —Rosario no puede evitar reír, sabe que Mauricio es de esos que no pierden una y eso le encanta.

Entonces Rosario cierra la puerta y se queda suspirando un largo rato mientras mira a Mauricio, abordar su auto y viajar quizás rumbo a su casa. Los hombres como él siempre tenían a dónde llegar y ella añora que en verdad le vaya bien, porque le ha caído bien. Hay instantes que se disfrutan por corto tiempo, pero que te otorgan una nueva perspectiva.

Mauricio se levanta al día siguiente feliz, Rosario había sido un aliciente. Un nuevo propósito se asomaba en el horizonte, esperaría con paciencia a que llegara la noche, pero cuando entra a la cocina a por el desayuno, su mamá lo abordaba curiosa.

—Hijo, escuché que llegaste tarde. Marisol viene a almorzar hoy con nosotros. Estaba preocupada, creía que no ibas a estar presentable para ella.

—Mamá, deja a Mauricio tranquilo, a él siquiera le gusta Marisol...

—Pero, ¿qué dices, Juan Vicente? —contestó furiosa doña Aida.

—He dicho que a mi hermano no le gusta Marisol, en cambio, Mauricio -Juan Vicente mira a su hermano de reojo—la verdad es que a mí sí me gusta y no sé, ya sería hora de que comiences a hablar claro. Ella no se merece todo esto…

—¡Ya basta, Juan Vicente! —doña Aida se había levantado de la mesa.

Acto seguido su hijo menor también se había levantado, tirando la puerta de la cocina y saliendo de allí como alma que lleva el diablo. Mauricio, por su parte, parecía estar disfrutando la situación, aunque sabía que su hermano tenía razón, tampoco Juan Vicente podía decirle que hacer o que no con su vida. Entonces se concentra en responder a su madre.

—Mamá, tal vez Juan Vicente tenga razón...

—¿En qué, hijo?, que no ves que él dice puras chorradas.

—En que Marisol no me gusta y que no me quiero casar con ella. Marisol es una chica muy mona, pero no me parece que ustedes quieran obligarme a casarme con alguien a quien no quiero.

Aida se inmuta de inmediato, aquella respuesta le había caído mal. Pero, su hijo parecía estar decidido a aprovechar el arranque de franqueza de Juan Vicente para salir de toda aquella situación. Mauricio sabía que después de todo, Rosario tal vez, no sería por mucho tiempo una mujer prohibida.