Llevándolo a un ejemplo concreto, viví una experiencia hace ya algunos años cuando trabajaba para una importante empresa de producción y distribución de productos lácteos y similares. En ese tiempo, era vendedor de estos productos y me tocó como cliente una importante tienda de venta de grandes volúmenes, por lo que la cantidad de productos que debía entregar semanalmente a esta tienda era muy grande, comparado con otros vendedores que tenían volúmenes mucho más bajos.

Al principio me encargaba yo solo de todo el proceso de despacho y atención del cliente en los espacios de su tienda, pero pronto me vi bastante sobrepasado por la cantidad de trabajo que se requería para mantener el stock del producto en la tienda. Fue por ello que solicité la contratación de un asistente de tienda o merchandising, que se encargaría de mantener todo en orden en la tienda, mientras yo me encargaría del suministro y despacho de los productos.

Un día viernes me informaron que el asistente comenzaría a trabajar el día lunes. Llegado el día, mientras ordenaba algunos productos en los estantes de la tienda, una chica me saluda y se me presenta:

—¿Usted es el Señor Ramón? Mucho gusto, soy la nueva asistente de tienda.

Al principio quedé un poco confundido, ya que esperaba que se contrataría a una persona masculina, debido a que el trabajo requería mover grandes cantidades de productos y, a veces, resultaría pesado mover todas las cajas. Frente a mí, una hermosa rubia de rostro angelical, ojos azules, una figura impresionante y vestida como toda una princesa, me hizo sentirme decepcionado. «Ahora tendré que hacer el trabajo pesado de dos», me dije dentro de mí.

Esta chica fue una sensación dentro de la tienda porque, de inmediato, no faltó quién quedara prendado por su belleza. Se veía tan femenina y delicada, que nunca creí que sería capaz de alzar una simple caja de productos. Pero su determinación y coraje me sorprendieron gratamente. Realmente resultó ser la asistente perfecta, no solo porque nada la detenía, sino que, así como podía parecer una Barbie, delicada y frágil, también podía mantener el estante en perfecto orden cuando la avalancha de clientes arrasaban con los productos en la tienda.

Pienso que mi apreciada amiga Carolina, con quien compartí dos de los mejores años de trabajo en mi vida, ha sido el mayor ejemplo de feminidad y temple en una mujer. Jamás perdió su encanto femenino a pesar de que era capaz de cargar ella sola con una carretilla repleta de cajas de productos. La preciosura que derrochaba la llevaron luego a convertirse en modelo, pero al final, ella decidió vivir una vida más relajada y sencilla, contrayendo matrimonio con un piloto militar y dedicándose a una vida hogareña en compañía de sus tres hijos.