Historia corta: Gemelas (capítulo 2)

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Martina comenzó a ver en su hogar un trato continuo y diferente de sus padres hacia su hermana, que el que ella recibía, y algo muy dentro de su alma cambió. Comenzó a celar a Romina por el cariño que le había robado de sus padres. Martina los adoraba y el deseo infantil de hacerse agradable a ellos aumentó con el tiempo, pero no logró unirla a sus progenitores ni consiguió su perdón. La tristeza de no sentirse amada creció junto a ella, como un demonio que se alimentaba de su felicidad lentamente.

Al pensar aquel día en su padre, un odio desmesurado se apoderó de ella… No la quería y eso se había manifestado de forma evidente a medida que fue creciendo, aunque jamás llegó a comprenderlo. ¿Por qué? Siempre se lo preguntaba… ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!

Martina se alejó para siempre de su hermana, acumulando celos, rencor, envidia y odio contra ella. No solía hablarle y cuando lo hacía acababa siempre en una pelea. No obstante, lo que más le molestaba era que su hermana Romina había sido muy buena con ella. Siempre había intentado recuperar su amistad y aprecio, aunque no siempre sabía cómo acercarse. Por otro lado, Romina sentía ese rechazo y la llenaba de culpa. Sin embargo, el tiempo y la distancia acabaron con esa necesidad de perdón que sentía… y dejó de buscarlo. El abismo que se había extendido ante ellas se tornó real.

Martina se metió en la bañera y de inmediato el agua comenzó a teñirse de ese color extraño de su cabello. ¡Qué asco! La chica no pudo saber qué era, pero le daba nauseas. Recordaba haberse caído al suelo mojado y lleno de barro… A lo lejos escuchó la voz de su madre llamándola para desayunar, sin embargo no respondió. No tenía apetito. Luego escuchó cómo nombraba a su hermana, que tampoco respondió… Ella sí que la había pasado bien en la fiesta, pensó entonces, seguramente todavía estaba dormida muy tranquila en su propia habitación.

Estuvo sumergida en el agua un largo rato… pensando en Romina. El rechazo de sus padres y su continua pelea por el cariño de ambos no había sido lo peor. Algo más logró marcarla y aun llevaba la cicatriz. Al crecer, la belleza de ambas se había hecho tan evidente que al cumplir los quince años apareció por la casa una mujer que buscaba nuevos talentos, y que pertenecía a una agencia de modelos. Las gemelas eran muy altas, delgadas, de ojos verdes impactantes y cabello oscuro como el carbón. “Belleza exótica”, le llamó la estirada mujer. Sus padres vieron la parte económica del trato con interés y terminaron dando su consentimiento.

Desde entonces la vida de ambas había aumentado de categoría, en todo sentido. A diferencia de sus compañeros de la misma edad, ellas manejaban mucho dinero. Tenían a su alcance cualquier cosa que desearan y, sin freno por parte de sus padres, gastaban más de lo que debían. El dinero trajo muchos amigos y muchas más diversiones. Al pasar el tiempo todo había continuado mejorando para las gemelas, hasta que a Martina le ocurrió lo que le pasa a miles de adolescentes: un brote de acné bastante potente cubrió su rostro y dejó marcas. Ya no era útil para la agencia de modelos, así que acabó por abandonarla y canceló el contrato.

Mientras ella era dejada de lado, su hermana en cambio había seguido en esa vida privilegiada. Era popular en el colegio al que asistían ambas y tenía muchos amigos que la admiraban, como si fuera una especie de diosa. Los celos de Martina entonces subieron como la espuma. Había sido una terrible tragedia personal y como no tenía a nadie que la contuviera, que le diera un concejo, que le enseñara a superar aquella dificultad, se abandonó a aquellos destructivos sentimientos.

Con la intención de perfeccionarse a sí misma y alcanzar ese estándar de belleza que le exigían a los 16 años, comenzó con hábitos poco saludables. No salía de casa sin maquillarse y cada día que pasaba se le iba la vida en un suspiro… A pesar de que estaba en los huesos nadie se dio cuenta de su enfermedad. Sus padres trabajaban todo el día y su hermana siempre estaba lejos de casa con sus nuevos amigos. Amistades falsas que acabaron por terminar de destruir la confianza de Martina… Por una razón que nunca supo, los amigos de su hermana, que anteriormente era también suyos, comenzaron a molestarla y a burlarse de ella con esa crueldad propia de mucha gente de su edad…

Martina salió del baño con una toalla enrollada en su diminuto cuerpo, mientras recordaba qué había sido de su hermana en ese momento tan crítico… Romina no peleaba con ella, sino que casi no le hablaba y la ignoraba todo el tiempo. Se dejaba llevar por el pensamiento de sus amigos y no quería que la vieran en su compañía. Martina le daba vergüenza, deseaba con toda su alma ser acepada a costa de lo que fuera… Aquello no pasó desapercibido y había causado no sólo la tristeza de su gemela sino que el odio contra ella aumentó con el pasar del tiempo. El rechazo lo sentía en su carne y la enfermedad llegó a agravarse.

Un golpe en la puerta de la habitación la sobresaltó. Abrió, era su madre.

—Ya está el desayuno, Martina. Me he cansado de llamarte.

—Te escuché, mamá, pero me estaba bañando.

—Bueno, cámbiate y ve a despertar a tu hermana. Las quiero a ambas abajo, en diez minutos —ordenó la mujer, de manera muy severa.

Martina cerró la puerta. Suspiró… Sabía por qué su madre estaba tan enojada. No debieron salir la noche anterior, estaban castigadas no obstante se escaparon. Por un par de semanas habían vuelto a ser amigas. Había sido un tiempo feliz, como la calma que antecede a la tormenta. Una hermosa ilusión de reconciliación. Un espejismo de felicidad.

Se cambió y estaba por salir de la habitación cuando su celular sonó de repente. ¡Qué extraño! Pensó que lo había dejado apagado. Lo tomó en sus manos y miró el nombre… era de Matías; sonrió. El chico nuevo del colegio… Había ingresado al comienzo del año escolar, sólo hacía unos meses, y se enamoró de él desde la primera vez que lo vio. Era inteligente, lindo, atlético y, sobre todo, amable con ella. No se burlaba de su cara llena de pozos ni repetía los apodos que circulaban por sus compañeros.

Miró el mensaje con una sonrisa enorme en el rostro pero ésta se desvaneció de golpe mientras leía: “Déjame en paz, zorra”. Unas lágrimas de rabia aparecieron en su cara y su ira se descontroló. Tomó el celular y lo arrojó contra la pared, éste se rompió en mil pedazos que se esparcieron por el suelo. Luego se sentó en la cama, llorando con amargura. Ahora recordaba mejor… su mente era como una profunda laguna, había oscuras zonas donde no llegaba la luz. Aquello gatilló el recuerdo y pudo ver qué se ocultaba en una de esas zonas… en esas zonas muertas. La noche anterior se manifestó como una sentencia de terror… de profundo dolor.

Continuará...

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Fuente

Le queda a esta historia sólo un capítulo más. ¡Gracias por la paciencia y gracias por leer!

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Créditos: El banner es mi diseño y lo creé con el editor Canva. La imagen tiene su fuente debajo.



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