La ambición de Poe por controlar a las personas se hacía mucho más grande. Verlos sufrir sus tramas y morir con pasión por sus letras era una sed insaciable. Al ver que ya no quedaban personas en su colina, comenzó a hacer tertulias virtuales para enganchar foráneos.

Consiguió que sus seguidores vinieran de todas partes del mundo a participar en las macabras tertulias nocturnas en su cabaña. Algunos, infelizmente, eran parte de un trágico desenlace, mientras que otros sobrevivían y eran los que se encargan de divulgar la experiencia.

Así se escribieron cientos de tomos de literatura oscura y macabra. Hasta que una mañana, al revisar sus redes sociales, Poe notó los titulares que anunciaban un escritor que intentaba imitarlo al otro lado del mundo.

El hombre enloqueció. Parecía una tromba marina lanzando todos los objetos de su escritorio por toda el estudio. Agitado y cansado por su demostración de ira, juró vengarse de aquel que intentaba imitarlo.

Al principio pensó no darle el gusto de leer ni una sola letra de aquel farsante, pero luego pensó que era la única forma de conocer al impostor.

Tomó su teléfono y descargó el último tomo publicado por su rival. Poe se quedó aterrado en aquel sillón de la esquina de su habitación.

No podía creer lo que sentía al leer. Era como si las palabras vinieran a él como un recuerdo. Como si cada letra fuera suya, pero era imposible, no podía recordar haber escrito esto antes.

Confundido y molesto, tomó su equipaje y abandonó la colina después de muchos años encerrado en la cabaña. Fue a buscar a aquel que tenía la osadía de copiarlo.

Contactó con el misterioso imitador y pactaron un encuentro en un almacén abandonado cerca de un muelle.

Poe llegó muy puntual y cuando entró al lugar estaba húmedo, oscuro, al fondo se escuchaba una ópera, pudo reconocerla porque era su favorita.

Subió unas escaleras oxidadas y mugrientas. Al llegar al piso de arriba había una silla ubicada justo debajo de un foco de luz amarilla y lúgubre. Había un libro envuelto en una tela blanca manchada de sangre.

Poe abrió la tela y se acomodó en la silla rechinante para leer aquel manuscrito. Pensó que en esos trozos de papel podría encontrar las respuestas que necesitaba.

Mientras leía sentía que su cuerpo se movía solo. Era como un títere de aquellos párrafos y pensó en lo que le había hecho a sus lectores convirtiéndolos en sus personajes.

Continuó leyendo sin poder despegar sus ojos del papel mientras podía sentir el dolor encarnado en su pecho, la traición y el delirio por perder a su amor y la locura por no saber como enfrentar la situación. Cada párrafo era un escalón más al final del personaje.

Sumergido entre el drama y el suspenso, finalmente Poe tomó un cuchillo que estaba detrás de la última página y lo deslizó rápidamente por su cuello.

Fue un corte precioso. El cuchillo tenía tanto filo que no tuvo que hacer mucha fuerza para cortar capas de piel, arterias y casi hasta hueso.

Poe se inclinó hacia adelante y se dejó caer sobre el manuscrito. Mientras la sangre vinotinto empapaba las hojas y desaparecía las letras, con su último instante de vida pudo leer la firma del autor de la obra exquisita que le arrancaba la vida: Edgar Allan Poe.