Mis pies han comenzado a sangrar. El calor de la arena hace que sea casi imposible caminar. Pero debo continuar, cada segundo de trayecto es una ventaja que tengo de escapar.

No me siento segura. Donde quiera que miro, veo un extenso horizonte de arena caliente. Puedo sentir los motores de los vehículos que se acercan, quieren encontrarme pero no lo harán.

Fui juzgada por mi tribu y ahora quieren que pague con la muerte, pero es una acusación injusta. Somos las mujeres de la tribu las que salimos a la mina a recolectar las piedras preciosas para que los señores las vendan. Somos nosotras, como las leonas de la manada, las que arriesgamos la vida de sol a sol y cuál es la recompensa?

Tomé la piedra más grande y la metí dentro de mi boca. Nadie lo supo, solamente quería salir de ese lugar con mi familia. Llevar a mi hermana a una vida mejor y a mi madre a un lugar donde pudiera descansar tranquila.

Como no sabían de la existencia de aquella piedra nadie se preocupó por culparme. Ese día salí y le sonreí al guardia de la puerta y olvidó revisarme, estaba feliz por la sonrisa que le regalé. Guardé la piedra por 3 meses en casa, debajo de la mesa había un pequeño agujero, así que envolvimos la piedra en un pañuelo de seda que nos heredó la abuela y juramos proteger nuestra libertad.

Todo estaba bien hasta que mi madre se enfermó, tuve que sacar nuestro boleto al futuro y venderlo en el mercado negro. Con el dinero envié a mi madre y a mi hermana a una bella ciudad lejos de este infierno. No pude ir con ellas porque si salíamos todas al mismo tiempo descubrirían nuestra ausencia y podrían atraparnos a medio camino. Así que tuve que quedarme para cubrir sus huellas de escape.

Una vez instaladas en aquella ciudad de nuestros sueños, mi madre fue atendida y mi hermana me avisó haciendo una llamada a la mina y dejando un recado para una empleada ficticia que inventamos. Fue muy astuto ese plan que se le ocurrió a la pequeña, me hace sentir muy orgullosa de su ingenio.

Cuando supe que estaban bien me dispuse a escapar, pero el hombre del mercado negro comentó en el bar que la enorme piedra de granate que le vendí había sido una ganga, por lo que todos se enteraron y vinieron a buscarme. Yo ya estaba en camino al desierto pero a lo lejos pude ver como quemaron nuestra casa.

No dejaré que me atrapen. Para pasar la noche hice un agujero en la arena con mis manos, mis manos gruesas y ásperas del trabajo en la mina me agilizaron mucho mi tarea para refugiarme.

Cerré mis ojos y pude dormir unas horas, pero antes de que saliera el sol seguí mi camino. Los animales del desierto me acompañaron, de cierto modo soy como ellos que viven luchando para sobrevivir. La serpiente y el escorpión me han dado la fuerza que necesito para salir de aquí.

Cuando pensaba que todo había terminado, pude ver un automóvil a lo lejos. Me ofrecieron ayuda y subí a su vehículo. Estaba deshidratada, agotada, quemada del sol intenso, herida, hambrienta y muy débil. Prácticamente estaba muriendo, no sé cómo pude llegar hasta la carretera.

La pareja que me recogió me llevó a un hospital y mientras llegaba sentía el alma rota en mil pedazos, pensaba en las mujeres de la tribu que quedaron atrás, pensaba en los imposible que será para ellas salir. Me atendieron y a la semana pude salir del hospital.

Me encontré con mi familia y la pequeña luz de mi vida, mi hermana, me dijo mientras me entregaba un pequeño saco de terciopelo negro:

-Hemos protegido las piedras de la libertad de nuestras hermanas de la tribu-