Narraciones ordinarias 006: "La lluvia y yo. Reflexiones en un día lluvioso", por bonzopoe

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Es temporada de lluvias, y finalmente pasó lo que tenía que pasar: me cuasi-empapé a medio aguacero al salir de casa con rumbo a la universidad en que imparto clases. Después de vivir otras experiencias propias de esta época, como llegar a casa y ver que se metió agua por las ventanas, o tener que sortear calles inundadas, acabé a medio aguacero buscando refugio, en este caso, mi propio auto.

Justo cuando iba a abrir la reja para poder sacarlo de la cochera, casi de la nada, como es propio en estas fechas, inició una lluvia breve pero intensa. La consecuencia es que tuve que, a partir de las breves variaciones en la intensidad de esta, ir buscando momentos para abrir la reja, luego sacar el auto, y luego cerrar la reja y regresar a este.

Esta obra en tres actos tuvo como resultado que todo el trayecto de mi casa a la universidad lo hice lentamente, debido a las calles encharcadas en algunos tramos, y con la camisa empapada y el cabello todo mojado, como si recién saliera de la ducha.

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Al llegar a la universidad afortunadamente la lluvia había cesado, y pude salir de mi auto sin peligro de mojarme más, y mi ropa se había secado lo suficiente para que no pareciera que me la puse recién saliendo de la lavadora. Al ir brincando charcos de camino de mi auto a la entrada principal, no pude evitar recordar las veces en que en vez de huir de la lluvia, la busqué o me hice uno con ella.

De niño recuerdo que disfrutaba mucho 'bañarme en la lluvia'. Junto con mis hermanas y/o primos, salíamos en ropa interior al patio de la casa a disfrutar del agua fresca de la lluvia, y cuando no llovía y extrañábamos la sensación, usábamos, como si se tratará de una película, una manguera apuntando al aire, para replicarla.

Recuerdo que en el patio había un camino con pendiente y piso de ladrillos que solíamos usar como una especie de tobogán, y ganaba el que se acercara más al final sin terminar en el césped. En esa época la lluvia era más una aliada que una posible enemiga. Era motivo más de juegos y diversión, que de preocupaciones.

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Al crecer la cosa fue cambiando. Y la lluvia se fue volviendo cada vez más algo ajeno que algo cercano, y algo más negativo que positivo. Al ir avanzando en edad, y en grado escolar, la lluvia pasó de ser motivo de juegos, a ser motivo de angustias.

En la adolescencia quedar atrapado en medio de la lluvia de camino a la escuela, era una verdadera tragedia. Todo el tiempo invertido en verte bien se iba por el desagüe, a veces literalmente. Y no pocas veces podías convertirte en objeto de bromas, no siempre sanas, por llegar a clases todo empapado.

Ya en la universidad la cosa no fue diferente. Llegar tarde por lluvia a una clase, o peor aún, a un examen, podía cambiarte la vida. Y en mi caso particular, ya que estudié Arquitectura, la lluvia era una amenaza latente y real. El papel y tinta de los planos no se llevan bien con la lluvia, y las maquetas, hechas principalmente con diferentes tipos de cartón, tampoco.

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Sin embargo no todo fue un distanciamiento con la lluvia al ir creciendo. Había sus excepciones. Recuerdo una época en que disfrutaba caminar bajo la llovizna hasta empaparme, o las veces de mi época de ciclista urbano en que "la lluvia me alcanzaba", y no había más remedio que seguir pedaleando todo empapado hasta llegar a casa, lo que curiosamente a veces resultaba vigorizante, más que frustrante.

También recuerdo en mi juventud una época de mal de amores en que solía salir a caminar para despejar mi mente y mi corazón, y si empezaba a llover, ni me inmutaba. Era como si el entorno se solidarizara conmigo y me acompañara en mi dolor. En esos momentos la lluvia era una acompañante, e incluso una confidente.

Recuerdo también un verano que fue tan caluroso, en que casi por instinto, al iniciar la primera lluvia de la temporada, salí como estaba vestido al patio a darle la bienvenida. Recuerdo lo que disfruté empaparme por un rato bajo esa lluvia tan esperada, que marcaba el fin de la sequía, y del calor implacable de ese año.

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Recuerdo también algunas fotos que tomé a cielos a punto de parir tormentas, durante mi época de enamoramiento con la fotografía, y como los relámpagos eran una presa difícil pero muy preciada de atrapar.

Recuerdo regresos a casa con los amigos o la novia de la época, con los zapatos al hombro para poder cruzar calles que parecían ser más de Venecia que de México. O aquella vez que fuimos a la playa con la familia y nos tocó lluvia con granizo, y tuvimos que meternos al agua y pegarnos a un barquito para poder refugiarnos de los proyectiles que nos mandaba el cielo.

La lluvia es parte de mi vida y la de todos, tanto en sentido real como metafórico. La de veces que hemos llovido nuestras penas sobre la almohada, o en el hombro de alguien cercano. Y la de alegrías que hemos vivido, que como una lluvia con sol, hemos acompañado de lágrimas cargadas de emoción.

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Puede que a veces me queje de la lluvia, pero nunca reniego de ella. Sería como renegar de mi mismo. Como ignorar una parte de quien soy. Como desconocer una parte de la vida, de la existencia. Y en esta época en que llueve casi todos los días, y a veces sin previo aviso, es prácticamente imposible. Me pregunto cuantos nuevo recuerdos sumará la lluvia a mi vida este año. Ya veremos. Ya veremos…


©bonzopoe, 2024.

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