Marcos apretó los puños, quería seguir caminando antes de que las lágrimas escaparan de sus ojos. Minutos antes había estado en su lugar de trabajo, donde su jefe inmediato, un hombre grasoso y antipático, le había informado que la empresa ya no necesitaría más de él, le había mencionado algo sobre la liquidación y le había agradecido de manera mecánica por su desempeño durante los últimos cuatro meses. Marcos pregunto la razón del despido.

“Recorte de personal,” respondió el hombre con indiferencia.

Acelero los pasos mientras recordaba la mirada de desprecio del grasoso gerente, el llanto lo quebró inevitablemente. Tuvo que detenerse, pues las lágrimas no le dejaban ver por donde andaba. Limpio sus ojos con fuerza, como si quiera arrancarse el llanto y la vergüenza de la cara en un solo golpe. Cuando miro al frente vio un pequeño parque infantil, estaba vacío, camino hacia el cómo atraído por una fuerza magnética, los colores singulares de los columpios llamaron su atención, se dirigió a ellos y un recuerdo estallo frente a sus ojos cuando sintió el frio de la cadena en la palma de su mano. Se trataba de un momento de su infancia, en el que él se columpiaba y reía enérgicamente mientras su madre lo miraba y animaba de pie frente al columpio, esto lo entristeció.

Su madre había muerto hacia unos meses y el aun sentía el dolor como una herida abierta en el medio del pecho. Marcos se dejó caer en el asiento del columpio, no tenía fuerzas para seguir caminando, le había costado tanto conseguir ese trabajo y cuatro meses después lo echaban sin ninguna razón, había sido responsable y puntual pero nada basto ¿Qué pensaría su madre si estuviese viva? Lo que menos quería era decepcionarla, aunque no estaba seguro si eso importaría ahora que ella ya no estaba.

“Por qué estoy pensando en mi madre,” se preguntó en voz alta.

De inmediato miro a su alrededor para asegurarse de que nadie lo estuviese viendo mientras hablaba solo, pero el parque seguía vacío. Empezó a columpiarse lentamente, sus pies dibujaban en la arena sus huellas, ahora mucho más grandes que la última vez que se había columpiado; en ese instante otro recuerdo llego a él arrastrado por un brisa fría que empezaba a correr. Se trataba de una tarde en la que su madre y el estuvieron en la playa, ella rodeaba las pequeñas manos de Marcos con las suyas, para ayudarle a recoger la arena con la que alzarían una fortaleza frente al catillo que, por más de una hora, había estado construyendo juntos.

La fortaleza tenía un único objetivo, evitar que las olas derribaran el castillo, así fue durante poco tiempo, pues la tarde comenzaba a caer y el mar se puso un más violento por una tormenta que se avecinaba. Antes de que Marcos se diera cuenta las olas habían derribado el castillo y su madre recogía las cosas para poder marcharse antes de la que la tormenta llegara a la playa. Pero Marcos no pudo evitar llorar mientras el agua salada arrastraba los frutos del trabajo que su madre y él habían realizado.

La madre se detuvo a verlo con ternura, mientras Marcos sollozaba. Mientras la gente abandonaba la playa rápidamente su madre se quedó parada junto a él, acompañándole, esperando que se sintiera listo para marcharse. Un trueno estremecedor arranco a Marcos de aquel recuerdo vivido, se dio cuenta que las nubes grises habían cubierto el cielo y que pronto empezaría a llover. Se puso de pie para marcharse, pero algo lo detuvo ¿Qué había pasado después de que el mar arrastro su pequeño castillo de arena? Se esforzó por recordar, vio en el archivo de su memoria como su madre y el abandonaron la playa tomados de la mano, pero había algo más.

Las primeras gotas de lluvia empezaron a caer y Marcos permanecía allí paralizado, tratado de reconstruir el final de aquel recuerdo, pues estaba seguro de que no había terminado allí. Cerró los ojos y escucho los pasos de su madre en el parquet de la casa de su infancia, se vio a si mismo sentado en el suelo sosteniendo algunos de sus juguetes, vio a su madre atravesar la puerta de la habitación con su palita y tobo plástico, los dos sonrieron.

Marcos lo recordó en ese instante, al día siguiente de la tormenta, su madre lo había llevado a la playa otra vez y había construido juntos un nuevo castillo, esta vez un poco más alejado de las olas donde los dos estuvieran a salvo. Recordó las risas y a su madre y a él aprendiendo como ser felices juntos. Sin darse cuenta estaba sonriendo y la lluvia había comenzado a caer, pero Marcos ya no quería refugiarse, quería sentir la lluvia y olvidarse del miedo, pues había recordado lo que su madre le había enseñado aquel día en la playa: que sin importar su esfuerzo a veces la vida no era tan justa y las cosas podrían derrumbarse, pero lo importante era estar dispuesto a seguir avanzando cuando lo malo pasara.

Marcos abandono el parque feliz, ahora sabía que encontraría otro trabajo y seguiría esforzándose y viviendo sin arrepentimientos. Pero lo que lo hacía más feliz, era la certeza de que su madre seguía viva, en cada una de las enseñanzas que había depositado en él con amor y dedicación.