La cerquita
A Ignacio le pareció muy extraño aquella encomienda. Nunca lo enviaron a investigar algo tan extraño como aquel pueblo que no sale en ningún mapa. Su jefe solo le dijo:
—Chico, eso queda por esta zona de aquí —y señaló con el dedo en un punto del mapa. Ante la cara atónita de Ignacio, argumentó—. Al menos, eso es lo que me aseguraron. No importa. El tren, según mi contacto allá, para ahí.
Y así zanjó el asunto.
Al día siguiente, ya estaba montado en un tren rumbo a “La cerquita”, un pueblo en el que algo raro pasaba. No sabía qué, exactamente, pero todo era justificado con una palabra: Hechicería.
El silbato del tren lo despertó. Miró en su gps y vio que aquellas eran las coordenadas. Salió corriendo y le preguntó a la ferromoza si habían llegado a La Cerquita y ella le confirmó con un “apúrese si va a bajar, que aquí no hay parada”.
Se bajó y miró a su alrededor. Estaba en medio de la nada, rodeado de un monte espeso. Iba a regresar al tren, pero este estaba en marcha. Al virarse, encontró a una mujer con sombrero de alas anchas que lo saludaba agitando los brazos.
—Bienvenido a La cerquita, señor Ignacio. Mi nombre es Aurora. Lo llevaré a donde va a quedarse estas semanas.
—Buenos días, Aurora. Gracias por recibirme.
La joven lo llevó hasta un coche tirado por caballos y comenzaron el viaje.
—¿Es muy lejos a donde vamos?
—Qué va, señor. Aquí todo queda cerquita. Va a ver. ¿Por qué cree que el pueblo se llama de ese modo?
No habían terminado de conversar y los caballos se detuvieron.
—Ya estamos aquí. Esta es la casa de visita. Si se pierde, pregunte donde queda, que todos la conocen. ¿Vio qué rápido llegamos? Todo es cerquita.
Y vaya si lo fue. Igual que la sorpresa de Ignacio que nunca se percató cuándo el monte dio paso a una ciudad rural, limpia, ordenada, moderna, con calles de asfalto.
La vivienda que Aurora le señalaba como suya, era una casa de dos plantas, hermosa, amplia, con un jardín rebosante de verde.
—En el teléfono está guardado mi número. Llámeme a cualquier hora que estoy a su disposición durante toda su estancia. La cocina está equipada y bien provista.
Ignacio se despidió de Aurora, atravesó el jardín, aún preguntándose en qué momento se durmió. No se sentía cansado, pero al parecer, lo estaba. Tanto así, que volvió a dormirse con la ropa puesta.
A la mañana siguiente salió a caminar. Como reportero investigador, lo primero que hacía era reconocer el terreno. Todo pueblo que se respete, en el centro tiene un parque y una iglesia, se dijo, y salió en su búsqueda. Al no poder contar con su mapa, tuvo que apoyarse en las mujeres que halló durante su deambular.
Siguió las indicaciones que le dieron, más no tuvo que caminar mucho, y encontró el parque. Justo ahí estaba la iglesia, el banco, la casa de cultura, la sede del gobierno, la universidad, un poco más alejada, pero, cerquita.
Es un lugar pintoresco, explicaba Ignacio en sus informes. Muy cómodo, fresco, por tener tantos ríos atravesándolo. El termómetro puede marcar treinta y cinco grados, que no se siente calor. No importa lo que busques, todo se encuentra a pocos pasos. Puedes salir a caminar y hacerlo durante horas, que cuando quieres regresar a casa, lo haces en un santiamén y sin cansarte siquiera. El diseño de las calles y plazas está hecho para que encuentres ahí, al alcance de tu mano: agromercados, escuelas, centros nocturnos, cafés: todo.
Es una sociedad matriarcal casi por completo. Ellas, son siempre serviciales e instruidas. La vida cultural es muy activa. Por las noches se reúnen en varios de los centros nocturnos del pueblo y cantan y bailan y tocan agrupaciones de varios géneros musicales.
No es un pueblo con una gran industria, pero no falta nada. Es algo raro lo que sucede y no sé cómo explicarlo, pero en apariencia no hay mucho y al mismo tiempo lo tiene todo. Son muy pocos los hombres que he encontrado en mis días aquí, y, al parecer, la gran mayoría vienen de otras ciudades. Me han confesado haber venido de visita y decidieron quedarse. Incluso, algunos como yo que procedían de ciudades capitales, pero aquí encontraron el amor y echaron raíces.
El amor, eso es otra cosa. Las mujeres son hermosas. Parecen salidas de revistas de modas o de las Playboy, como gusten. Las mujeres más hermosas que he visto en mi vida, las encontré aquí. Literalmente, como sea que te gusten, aquí las puedes encontrar. Y lo mejor, todas, cerquita de ti.
Querido jefe, todo eso y más he hallado. Incluso el amor de una bella mujer que me enamoró con el sonido de su guitarra. El movimiento sensual de sus manos es lo más mágico que he visto en mi vida.
He visto de todo, sin embargo, no he encontrado prueba alguna de la existencia de las brujas de las que me habló.
PD: No regreso.
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Pd no regreso jajajajajajaja. Seh
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